Enviado a mi correo humoristech@hotmail.com
Desde la ventana de
nuestra cocina la veo transcurrir en los alrededores de mi flemático
vecindario, cómo si viviera en Inglaterra, pero sin los Hooligans. Escucho al
lado la tímida ollita de la señora de servicios de adentro de mi vecino y observo al frente a dos
chamos golpear calmadamente sus pequeñas latas. A tres cuadras están
caceroleando cerca de las mansiones de mis ex condiscípulos de bachillerato,
quienes siempre brillaron con luz propia; grandes deportistas, destacados
profesionales universitarios y exitosos hacendados. Hoy, inexplicablemente
chavistas; nada es perfecto.
Entre varias cazuelas
destempladas distingo la cadencia grave, bien afinada, insistente y acompasada,
de mi olla sancochera en las manos firmes de mi esposa. Acordamos tácitamente
que después de disfrutar su arte culinario, yo lavaría los tres platos, las dos
tazas y el sartén de nuestra cena, mientras ella se ocuparía de proclamar la
protesta unitaria en nombre de la familia.
Después de mi "titánica" faena, me refugio en
mi cama y contemplo la crisis patria tratando de alternar Globovisión con el
canal del Estado... de sitio. Pero la comida se me viene a la glotis y prefiero
quedarme viendo al peloncito de apellido Yustiz. Y me arrecho, pero me calmo.
Estoy en este lado de la acera, donde todos creemos en algo mejor que el bodrio
sociolista mesmo.
A las nueve regresa mi esposa y yo la espero con la
noticia del súbito fallecimiento de uno de los platos, que tenía unas manchitas
rojas de tomate y, pues yo no pude aguantar mi enojo acumulado y lo dejé caer.
Ella disculpó a medias mis torpezas sempiternas y se metió resignada bajo mi
sábana. Unos minutos después empezamos a roncar y a compartir flatos con toses,
ella tal vez pensando en nuestros hijos y nietos y yo imaginando el ventilador
con detritus que los perversos nos habrían reservado para mañana.
Ella se durmió
primero. Y yo estoy aquí, preguntándome por los cohetes que muy poco le suenan
al breve reinoso y tratando de analizar por qué hoy en nuestro vecindario
cerrado, entró una ululante patrulla, por primera vez en muchos años y se
detuvo unos minutos en la casa de unos chinos y otro rato en el palacete de un
nuevo rico robolucionario.
Ahora veo el reloj, las nueve y veintiuno, temprano para
dormir, y a mis años, tal vez un poco tarde para soñar...Pero seguro, soñaré.
Angel Eric Mendoza Gutiérrez.
C.I. 2XXXXXX
(Profesor jubilado de la UPEL).