Parece
que presentarse o ser antecedido su nombre al ser presentado o solicitados por otros, con el título de Licenciado, es
señal de falta de humildad o una recreación espuria del célebre chiste de Lucas
Tañeda y Chaparrón Bonaparte en “Los Chifladitos”.
Claramente
que no vamos a andar por la vida exigiendo que se nos diga licenciado o
licenciada y mucho menos, ganar preferencias de trato y de atención con eso, ya
que pasa de arrogante a ignominioso.
Pero
tampoco es justo que olvidemos el esfuerzo de obtener una licenciatura o más
(especialización, mejoramiento profesional, Magister, posgrado o doctorado). Y
menos que vengan a humillarnos algunos que, sin menospreciar que hayan
estudiado o no, apliquen la soberbia para intentar sobajarnos.
Vean
el caso de los periodistas. Parece que apenas les dan el título, olvidan que
son licenciados y los políticos, militares, policías y hasta los líderes de los
barrios, los ningunean e irrespetan y no sólo demeritan su profesión, sino todo
el esfuerzo que pudieron para estudiar y ejercer con equilibrio y pundonor a
una de las profesiones peor pagadas pero sí más agredidas en el mundo.
Parece
que ser doctor, ingeniero, arquitecto sí tiene valor, pero ser licenciado no. Y
es por culpa de nosotros mismos, que le restamos valor, ya sea que nuestra
carrera sea una licenciatura en comunicación social, contaduría, administración
o psicología.
Incluso
a los abogados o economistas, aunque no se les dice licenciados por sus titulaciones
(e incluso, detestan que se les asemeje)muchas veces los sobajan porque parece
que el asunto de los ataques no es contra el título o la especialidad: es contra el estudio, el saber, el libre
albedrío, la capacidad de discernimiento, el libre albedrío, la búsqueda de la
verdad.
La única
forma que veo es que, aunque no pidamos que se nos diga o se nos trate como
licenciados, es que comencemos a reflexionar en todo lo que estudiamos,
construimos y sufrimos en nuestras respectivas licenciaturas, que son una parte
metódica y constructiva de lo que somos hoy por hoy.
Y quienes
vengan a atacarnos o a vernos menos por ejercer nuestros derechos o por el mero
hecho de que otras personas, por cortesía, disciplina, admiración y
reconocimiento, anteceden nuestro nombre con el “Licenciado / Licenciada”, sin
que con ello nos vean desde abajo, sino como unos iguales que cumpliendo con
las leyes de la República, obtuvimos el título que hoy ostentamos.
Señoras
y señores, hay un balance. Y decir el título no nos pone en un pedestal ni crea
brechas. Lo que lo crea es el mal trato de alguien a otra persona ya sea por un
cargo, por haber estudiado más o por fuerza física o monetaria.
Sería
igual de desagradable como sí los que tenemos licenciatura, hiciéramos eso con
las personas con T.S.U. o Peritos (a quienes admiro porque son los más
todoterreno laboral de campo que existe), a quienes tienen el bachillerato o a
quienes -como decía y ostentaba orgulloso mi padre-, tienen el sexto grado no
más.
Quizás
esto de no tratar bien a un licenciado o licenciada al no respetar su
trayectoria, es lo que impulsa una igualdad “hacia abajo, hacia el barranco”,
de decirle a la gente “esta, tipo o el desagradable, chico”, que incluso han
desplazado al “señor, señora, señorita o joven”.
Ustedes
han entendido el punto de este artículo, hacernos respetar para que cuando los
periodistas pregunten, los administradores organicen, las bioanalistas analicen,
no venga nadie por un carguito o porque le sale del forro de la gana, a
ningunearnos, amenazarnos, no valorar nuestro trabajo y a exponernos como
supuestos ignorantes.
Que nuestro
trabajo y actitudes hablen y que nuestra licenciatura respalde nuestro proceder
laboral.