Hace unos
días, cuando me bajaba de la camioneta (transporte público), una señora muy
viejecita, de esas personas de movilidad limitada pero de espíritu indomable,
se bajaba de la misma unidad y le pedía el vuelto al chófer. Ella no le había
pagado ni él le iba a cobrar.
Tanto
insistió ella que él le dio cincuenta bolívares. Fue un momento bastante
simpático. ¿Le quedaba de otra al chófer?, quizás. ¿Hizo lo correcto?, por
supuesto.
Ojalá cada
día se llenara de momentos así, de nobleza que obliga, que no es lo mismo que
nobleza obligada. Porque ser noble insta a actuar, en especial contra el
yoísmo, que tanto daño ha causado.
No, no
podemos andar por la vida como el Capitán Salvaatodos, repartiendo salvación y
ayuda. Ni queriendo lo haríamos, sería una locura. Pero que cada uno lo haga
con los que por alguna razón no pueden (caso anterior), demasiado se salvaría.
Nobleza es
cumplir nuestras obligaciones cívicas, morales; no anteponer nuestros anhelos
ni deseos. No aplicar aquella técnica de las notas de Manolito (amigo de Mafalda),
que decía: LA FORMA DE AMASAR UNA FORTUNA ES VOLVER HARINA A LOS DEMÁS.
Nobleza es
recordar que nuestros derechos terminan donde comienzan los del prójimo; que
nuestros deberes tienen muchas formas de ser aplicados, porque el libre
albedrío está concatenado a ellos, aunque sí hay algunos que hace regir la
sociedad (impuestos, elecciones, registros, etc.).
Ser noble es
no esperar algo a cambio. Recuerdo haber leído que hasta luego de la muerte de
Pedro Infante, casi nadie sabía que él trasladaba lo que ganaba a obras de
interés social. Lo mantenía oculto porque ello no era para darse promoción,
sino para dar a los demás.
Nobles son
los niños y los animales; sería bueno aprender de ellos. O al menos, portarnos
la mayoría de las veces igual como hacemos en Navidad, cumpleaños o queremos
sexo o un helado. Mucho se lograría.