Esto me fue transmitido por el Dr. Héctor Alonso López, ex-senador, congresista y ministro venezolano, señor que intentó la renovación de AD cuando ésta lo requería y que la misma no permitió. Ahora eso es pasado, ya que la venta de la idea de que los políticos de ahora son de esa camada, es una mentira enorme.
Su grupo en Facebook es: "La Política cuando es por convicción, es saber vivir"
Si alguien te hubiera pagado diez centavos por cada palabra amable que has dicho a otros, y te hubiera cobrado cinco por cada falta de amabilidad, ¿serías rico o pobre?
Cierta vez, un amigo y yo acabábamos de terminar una partida de golf. Mientras íbamos hacia el vestíbulo, de repente en voz baja me preguntó: “Henry ¿qué tipo de persona es ese Juan que trabaja en tu compañía? Siempre me ha dado la profunda impresión de ser un hombre que hace demasiado alarde de sus propias cualidades, Nunca he tenido realmente mucha estima por él”.
Sabía exactamente lo que quería decir mi amigo. Juan tenía la reputación de ser un ególatra. Nunca había podido hacer amistad con él tampoco lo había intentado muy en serio. Más de una vez alguien me había dicho que él había hecho comentarios desfavorables acerca de mí.
Aunque aparentemente corteses. siempre nos sentíamos incómodos el uno en presencia del otro.
Mi primer impulso fue señalar algunas de las faltas más evidentes de Juan, pero por alguna inexplicable razón no lo hice. En vez de eso, pensé por un momento y. entonces, casi en contra de mi voluntad, empecé a repetir todas las cosas buenas que sabía de él: Que era un devoto hombre de familia; uno de los mejores vendedores de nuestra compañía; que cada día, yendo hacia la oficina, pasaba por el hospital local para repartir periódicos matutinos a los pacientes.
Mi amigo pareció muy impresionado, y evidentemente agradado de poder tener un nuevo parecer acerca de Juan.
Olvidé rápidamente el incidente, pero pronto estuvo claro que lo que dije había llegado a oídos de Juan. Días después vino a mi oficina, se sentó y empezó a charlar de una cosa y otra. Cuando se fue, me di cuenta de que la tensión entre nosotros había desaparecido. Nunca más volvió. Casi milagrosamente había perdido un enemigo y ganado un amigo.
Así aprendí una valiosa lección: había encontrado un camino sencillo para mantener el respeto de mí mismo mientras destruía para siempre a un adversario.
Desde entonces me he avergonzado de haber permitido algunas veces que la despreciable, cancerosa enfermedad de criticar a otros, me contaminara. Me humilla el recordar cuán a menudo disfrutaba haciendo comentarios desfavorables acerca de conocidos. Ahora sé que el resultado de esas observaciones, casi de seguro, llegaban a oídos del interesado —embellecidas por el camino de la caprichosa imaginación de aquellos que transmitían los chismes.
Es irónico, pero el hombre es un chismoso confirmado. Y por causa de una peculiaridad profundamente arraigada en su personalidad, los rumores que ofrece son pocas veces halagadores. Generalmente llevan un dejo de perversidad —a menudo no intencional — pero la amarga semilla que en ellos se encuentra es la misma. La variedad común y corriente puede causar un daño incalculable. Una vez lanzado al otro lado de la valla del jardín o de una mesa de oficina, un poco de chisme tiene la misma acción implacable de una piedra que se deja caer en el agua: las ondas se expanden en círculo cada vez más grandes.
No hace mucho oí declarar a un pastor: “He oído a gente que confiesa haber quebrantado cada uno de los Diez Mandamientos, excepto ‘no hablarás contra tu prójimo falso testimonio’, aunque éste es el que somos más propensos a quebrantar”.
Benjamín Franklin descubrió probablemente la mejor fórmula para “acabar” con un enemigo: “No hablaré nada malo de hombre alguno. . . y hablaré de lo bueno que conozco de todos”.
Existe una observación secular de que el amor engendra amor; y el odio, odio. Si hay amargura en tu corazón, ¡bórrala, olvídala! ¡Cuán raro es el arte de olvidar! Si el odio ha de ser expulsado, entonces el amor tiene que llenar el hueco restante.
Una pareja americana, cuyo hijo fue muerto en el Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial, amaba tanto al muchacho que sencillamente rehusó dejar que la amargura dominara su manera de pensar y estropeara la memoria que tenía de él. En vez de eso, al final de la guerra trajeron a un joven soldado japonés y lo educaron en una universidad americana, usando el dinero del seguro que el gobierno les había dado por su hijo, para financiar una beca. Su amor y comprensión habían destruido a un enemigo.
Lo triste acerca del odio son las consecuencias que este sentimiento puede hacer sufrir al que odia. Una vez hablé con una joven madre saturada de amargura. Los padres de su esposo le habían dicho cosas poco amables y le habían hecho una horrible escena. Me dijo: “Nunca volveré a sentir lo mismo hacia mis suegros. Claro que pidieron disculpas, pero no puedo olvidar lo que dijeron”.
Me sentí apenado por aquella chica, porque era ella la que más estaba sufriendo por causa de su odio, no sus suegros. De hecho, lo peligroso de la amargura, de la difamación, de la cólera, de la malicia y todo ese cargamento negativo es que dichas actitudes son como ácidos que corroen nuestras propias almas.
Un amigo de Clara Barton, fundadora de la Cruz Roja Americana, le recordó una vez algo especialmente cruel que le habían hecho años atrás. Pero la señorita Barton pareció no recordarlo.
— ¿No te acuerdas? — le preguntó su amigo.
— No — le respondió—. recuerdo claramente haberlo olvidado.
o puedes ser libre y feliz si albergas resentimientos, así que deséchalos. Líbrate de ellos. Colecciona sellos postales o monedas, silo deseas, pero no resentimientos.
Nadie escapa a la crítica. Y a menudo nuestra carrera, o la estabilidad emocional, o nuestra felicidad, dependen de cómo reaccionemos. La crítica es un ataque directo al amor propio de una persona. Por lo tanto, la senda de menor resistencia es la reacción con resentimiento y enojo. Pero esto te hace justamente más vulnerable. Si todo cuanto haces es resistirte contra tus críticos, sólo te estás envenenando a ti mismo.
Sin embargo, podemos aprender mucho de las cosas desagradables que la gente dice acerca de nosotros, porque nos hacen pensar.
Pregúntate honradamente a ti mismo si no hay alguna verdad en la crítica. A menudo es una píldora amarga de tragar, pero si te hace llegar a la conclusión de que lo que tu crítico está diciendo es verdad, lo mejor que puedes hacer es admitirlo. Esto, en sí, lo silenciará. ¿Después de todo, qué más puede decir si estás de acuerdo con él? Además es asombroso ver cuán rápidamente un adversario bajará las barreras, cambiará sus tácticas y comenzará a sosegar sus turbados sentimientos si admites que estás equivocado.
La Biblia dice que el hombre es considerado estrictamente responsable ante Dios por cada palabra ociosa que pronuncia. San Mateo 12: 35-37 dice: “El hombre bueno dice cosas buenas porque el bien está en él, y el hombre malo dice cosas malas porque el mal está en él. Y yo les digo que en el día del juicio todos tendrán que dar cuenta de cualquier palabra inútil que hayan pronunciado. Pues por tus propias palabras serás juzgado, y declarado inocente o culpable” (versión Dios habla hoy).
La lengua, sabiamente controlada, puede ser un instrumento de infinito bien. Desenfrenada, puede quebrantar el espíritu del fuerte y levantar a un amigo contra otro.
Utilizada sabiamente es el instrumento más poderoso que el hombre posee para transformar a un enemigo real o potencial en un amigo cordial.
Henry N. Ferguson
Periodista y Fotógrafo Texano
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