Hoy,
estando en un mercado popular vi a una señora de rostro amable, vendiendo mini
donas caseras junto a su hija no mayor de tres años. Coincidimos un par de
veces mientras hacía mis compras y le adquirí su último paquete. Me comentó que
ella misma las hacía y con eso salía a “bandear la situación de la casa”. Ella
y la niña se despidieron con amabilidad y una sonrisa, la nena por su
inocencia, la señora por agradable y tal vez por ya concluir su jornada que
comenzó a las 8 de la mañana y estaba terminando casi a la 1 de la tarde.
Cuando
yo iba de salida, vi que la señora le compraba a la nena un globo. Sí, un
globo sencillo, con su varita plástica y un cotillón de esos de piñata que un
señor muy barato vendía. Eso, señoras y señores, fue el pago a la niña por un
trabajo bien hecho, el trabajo de ser feliz con su madre en las buenas y malas.
Y
quienes me han leído, saben de mi empatía a éstas cosas y cuando los ojos se me
humedecen ante algo, lo cuento.
No
puedo decir por qué esa señora sale a trabajar, pero hay muchas razones válidas
e imperativas en esta Venezuela de hoy, en las que un sueldo mínimo no alcanza
y dos tampoco, pero desespera menos que uno o ninguno para una familia en
crecimiento y en base del amor.
Y
las mujeres, ellas que saben el valor de esa palabra, dan la cara sea cual sea
su edad. Aunque esa señora sólo salga los fines de semana a vender por unas
horas, se siente feliz porque labra con sus manos el dinero que hace y le da a
su hija el más valioso ejemplo: lo que se gana, bien habido ha de ser.
También los hombres
Recuerdo
que cuando mi papá, otro que le gusta ganarse bien lo que tiene poco o mucho,
es valioso el dinero para él por igual porque algún buen fin se le dará a la
plata que viene y va, tenía un negocio en una avenida concurrida, un sábado
apenas él abriendo, un señor se le acercó y le pidió Bs. 20 (hablo de los años
80 cuando eso valía y servía), para comprarle algo a sus hijos, pues con ellos
se vino a hacer un trabajo y había sido engañado.
Mi
papá, aunque renuente a esos cuentos que en muchas ocasiones son un engaño, le
dio la plata y vio al hombre irse mientras los niños estaban sentados en la
acera frente a mi papá. Al poco, éste señor volvió con leche y pan y los 3
comieron. Al terminar, le pidió a mi papá por favor le prestara una escoba. Mi papá
extrañado se la dio y el señor comenzó a barrer el frente del negocio y parte
de su interior. Mi papá le dijo que no tenía que hacerlo a lo que el señor
respondió, ¡si tengo, porque me sentiría mal ante Dios y mis hijos si lo que me
gano para ellos es regalado y no ganado con trabajo!
Mi
papá le tuvo que dar 20 más, esta vez a los niños, para el pasaje de los tres
de vuelta a su Mariara natal, aduciendo “pago por portarse bien y ayudar a su
papá”. Un título de honor para que el señor no se sintiera mal.
Epílogo
Tantas
historias de gente noble y situaciones hermosas y casi siempre queremos o
dejamos golpearnos por las amargas, aburridas o burlistas. Ser honorable paga y
no en dinero ni falso orgullo, sino en bienestar, ética y conciencia tranquila,
la que te permite enfocarte y aprender muchas otras cosas por tener menos perturbaciones.
De
esa forma se labra en pequeños y grandes el valor del trabajo fecundo y
creador, se minimizan los ladrones, mantenidos y los que se pasan de amantes
del dinero y sólo en ello se enfrascan. Pisar al mal, equilibrar al bien, en
pocas palabras.
Somos
más los venezolanos con valores que os que no, así que ya dejemos de dejar
pisarnos por los que sólo existen, pero no piensan, contradiciendo a Descartes
y mucho más a Dios y la venezolanidad pura.
Al
sentir que nuestro esfuerzo vale y levantar la moral, sabremos solucionar,
reaccionar, equilibrar y no disminuirnos ni ufanarnos de los que tenemos ante
los demás. Seremos ese ejemplo vital y a veces doloroso que muchos requieren
ver y sentir para despertar, aunque su envidia y rabia les ciegue, es el ser consuetudinario
que demostrará que los valores son ese esfuerzo que será premiado con cosas
sencillas, necesarias y extraordinarias a la larga, no hay de otra.