Para mí es muy importante que en el esfuerzo feminista, no se deje atrás la realidad un tanto establecida y muy poco cuestionada de los hombres.
He encontrado que el empoderamiento femenino no es lo mismo que la liberación de las mujeres. Que debemos cuestionarnos si los hombres deberían ser liberados también.
Resulta que en la búsqueda de exigir el reconocimiento y respeto de nuestros derechos como sujetas políticas en igualdad de condiciones da por hecho, para bien o mal, que los hombres saben y actúan en base a sus privilegios.
Generalizar que todos los hombres viven, disfrutan y defienden una sola realidad, esa que los invita a oprimir y ofender a las mujeres, puede que esté mal.
Mientras continúo mi investigación de Ser mujer en Latinoamérica, más conozco hombres heridos por la “masculinidad”. Esa, la que denominamos, “violenta”.
Aprisionados por las presiones sociales, inculcados desde pequeños a reproducir conductas para demostrar que eran “machos”, “heterosexuales”, “fuertes”. He visto hombres destrozados porque no pueden más sostener la imagen de “virilidad”. He visto hombres muy duros y fríos aguantarse las ganas de llorar porque si se permitían sentir los iban a juzgar. El temor a ser visto como “gay”, “poco hombre”, “suave”, “pendejo” es parte del entramado que, como activistas, no podemos obviar.
“No sé qué me pasará si me permito llorar”, un ejecutivo me dijo recientemente. “Si le digo cómo me siento, me dejará”, me contó un amigo. Y así… la masculinidad violenta hiere.
Y muchas veces olvidamos que nosotras, las mujeres, como madres, esposas, novias e hijas, pedimos y esperamos que los hombres se comporten de “cierta manera”.
Las expectativas de que: 1) si me invita a salir “él debe pagar la cuenta”, 2) es muy lindo pero “habla mucho de sus sentimientos”, 3) lo quiero pero “es muy poco caballeroso, no me abre la puerta”, “no me envía flores”, “no me regala cosas”, 4) le conté mis problemas pero “en vez de abrazarme se puso muy serio”, 5) a él no le importo porque “casi no me cela” y “no me defiende”.
Así mismo, nos quejamos de que: “no es muy cariñoso”, “es muy posesivo”, “no me escucha”, “me controla”, “es muy sensible”, “es muy duro”, “quizás sea gay, eso explicaría muchas cosas”.
Como esas hay millones de otras interpretaciones y casos (que varían con las realidades de personas de otras identidades y orientaciones sexuales) que denotan que este no es un problema del femenino o el masculino, la lucha de sexos e identidades, sino la complejidad de las relaciones humanas más allá del género, la sexualidad y cuya génesis podría estar ligada a la primitiva noción del ejercicio del “poder”. (Un asunto que, probablemente siga la producción del documental, ahondaré más adelante.)
Hoy, sin embargo, les comento que me he planteado si existe o debería existir un empoderamiento y una liberación masculina. Porque la aparente “lucha” feminista no estará completa, a mi parecer, si no abrimos los espacios para que los hombres pasen por sus procesos de deconstrucción y sanación también.
Si queremos cambiar la estructura que tanto nos oprime, es imperativo que las mujeres reconozcamos que, como mitad de la población mundial, nuestra sanación y garantía ocurrirá en la medida en que ayudemos (y no satanicemos) a la otra mitad.
Víctima también, oprimida y privilegiada también, de esta estructura creada para ordenarnos y controlarnos como sociedad.
Autora: Natalia Bonilla