El hígado, primero del organismo en tamaño como órgano parenquimatoso, ocupa también la primera posición en la cifra, variedad y complejidad de sus funciones.
Manteniendo una posición estratégica entre la circulación
intestinal y general y además albergando de acuerdo con sus dimensiones gran
cantidad de sangre y líquido extracelular, el hígado ejerce una influencia
principal sobre el volumen y constituyentes de la sangre circulante.
El hígado actúa como
una esponja o embalse que puede llenarse o congestionarse como por ejemplo,
en la insuficiencia del corazón derecho o vaciarse y causar una sobrecarga en
la circulación pulmonar.
La acción de filtro
del hígado se deriva también de su peculiar localización anatómica, ya que todos
los elementos nutritivos, así como materias nocivas absorbidas por los
intestinos, son aportadas al hígado a través del sistema portal.
Los efectos del hígado sobre el equilibrio hídrico y electrolítico aunque este sea regulado
principalmente por los riñones, pulmones, suprarrenales e hipófisis, no deben
subestimarse no sólo debido a la gran masa parenquimatosa del órgano, sino
también a causa de que toda el agua y sales ingeridas pasan a través de él
antes de entrar en otros departamentos extracelulares.
El epitelio hexagonal de las células hepáticas tiene múltiples y las más diversificadas funciones
Las células hepáticas son el lugar de las transformaciones
químicas que elaboran los constituyentes del organismo a partir de los
alimentos o de sus productos de desdoblamiento o digeridos y que correlaciona
las tres principales categorías de materias corporales orgánicas, por lo que la
totalidad de células hepáticas se convierten en un gran reservorio metabólico del organismo.
La versatilidad de este laboratorio químico central del
organismo, junto con la capacidad de almacenamiento del hígado para el glucógeno, proteínas, grasas y vitaminas
es de la mayor importancia para la economía energética de la totalidad del organismo.
El hígado almacena estos materiales orgánicos no sólo para
sus propias necesidades, sino también para los órganos alejados.
Proporciona glucosa a la sangre para mantener el nivel de azúcar
y proporcionar energía para todos los fenómenos vitales.
Las células hepáticas forman muchas de las proteínas séricas
para proporcionar fuerzas para la presión oncótica del plasma, ser utilizadas
como vehículos de transporte para los compuestos insolubles en agua o como factores coagulantes o realizar las funciones enzimáticas, etc.
Además, las células epiteliales hepáticas protegen al
organismo de los agentes perjudiciales mediante gran variedad de procesos de desintoxicación, los cuales
aportan sustancias desprovistas ya de sus propiedades nocivas.
La bilis, elaboradas también por las células epiteliales
hepáticas, contiene los pigmentos biliares característicos, sales de ácidos
biliares, colesterol y otros numerosos componentes.
Se excreta en los capilares biliares, abandona el hígado a
través del sistema de conductos biliares
intrahepáticos y alcanza el duodeno a través de los conductos biliares
extrahepáticos.
Las células de
Kupffer además de funcionar como células endoteliales semejantes a otras de
otros lugares del organismo, representan cuantitativamente la parte más
importante del sistema reticuloendotelial.
Estas células intervienen en la degradación de la hemoglobina a bilirrubina, participan en la
formación de globulina ϒ y cuerpos inmunitarios y actúan como células emigrantes
eliminando por fagocitosis pigmentos, bacterias y otros elementos corpusculares
o macromoleculares.
El sistema vascular del hígado sirve para una adecuada
distribución intrahepática de sangre mediante acciones esfinterianas.
Los dos sistemas de suministro de sangre (arteria hepática a
presión elevada y vena porta a baja presión) están perfectamente armonizados.
Los sinusoides hepáticos difieren de los otros capilares en
que tienen una mayor permeabilidad para las proteínas.