Opinión de Periodistech: Cachetadas al Lenguaje

Cachetadas al Lenguaje.- Si hay una realidad en Venezuela, es que paulatinamente le hemos dado bofetadas al lenguaje de la forma como el mismo puede padecerlos: Limitándolo, haciéndolo rutinario y desvirtuando contextos o creando signos lingüísticos particulares.

Cuando estaba yo pequeño, por Radio caracas Televisión (RCTV) retransmitían el programa del payaso mexicano Cepillín. Él tenía una máxima: “Una palabra al día, leída en el diccionario, aumenta nuestro conocimiento sin dolor”. Quizás por mi edad yo no le prestaría atención a ello, pero para eso mi mamá se sentaba a mi lado a ver la televisión y explicarme y/o recordarme lo que allí veía. Ese consejo de Cepillín, valía oro y ha aumentado.

Es una utopía creer que antes de salir de casa vamos a leer una palabra al azar en el diccionario. O que de forma más moderna, la “googlearemos o guglearemos” un verbo creado en base al buscador Google. Pero muy de tarde en tarde, aprender los conceptos (diccionarios) o definiciones (más propio de las enciclopedias), nos puede hacer sentir prósperos, útiles, ávidos de emoción y de intentos de superación cuando compartimos con otras personas.

Así se rompen las brechas sociales, los estigmas del “yo no soy para ello” y las inconsolables horas de tristeza, resentimiento y elucubraciones en contra de sí mismo y el entorno, por el simple hecho de no saber algo, momento ese en que olvidamos una verdad de la raza humana: No se puede saber todo. Creerlo o intentarlo, es una locura hereje.

Si ustedes observan el doblaje, novelas, noticiarios de países como Colombia o México, notarán que el uso de palabras, sinónimos, terminología, es más prolijo que el que podemos observar en producciones similares en nuestro país. Y en su vida real hasta el trato entre los niños y niñas se apega al “usted” en una forma de respeto y humanización que para muchos será algo de siglos pasados y para otros, fueron la base que nos hizo llegar a este siglo.

Las conversaciones entre adultos y jóvenes en los últimos años, colocando yo una cifra arbitraria de 7, se ha devenido a, en una expresión de veinte palabras, incluir 8 veces “marico” 4 veces “güevon” (sí, tal cual como lo escribo, hasta una grosería se ha deformado en su escritura/dicción) dos veces vainas y las otras 6 son la idea que se quiere expresar, para que el/la otro/a/s interlocutores tengan qué traducir en primer lugar qué les dijeron y en segundo saber si fue que lo insultaron de frente con todo el desparpajo posible.

Realmente da dolor el conversar con cualquier persona y que abuse hasta de los términos coloquiales. No tanto por la retahíla de groserías, sino la demostración de miedo y escasez de ideas, proposiciones, aportes tanto al idioma como al conocimiento de quienes le escuchan. Estas fallas luego se revierten como expresé antes. Al escuchar a una persona con una mejor expresión, en vez de emularle, comienza una etapa de rencor expreso en burlas, motes y resentimiento social porque ese es un “echón” o ella “se la tira de cerebrito”. He observado a gente pelear por ello.

Tanto usted como yo sabemos que corregir estas fallas no es fácil, cuando leemos en los diarios o vemos en televisión (ni hablar de la radio) como le “parten la cara al pobre lenguaje”. Ni Andrés Bello está ya en los billetes de la pena que siente o porque quizás no es ejemplo en estos tiempos, caso similar a Luis Beltrán Prieto Figueroa, Arturo Uslar Pietri o el animador amigo de todos César González, el hombre que se atrevió a decir que había errores de expresión en la televisora donde por muchos años estuvo y fue despedido con una patada que lo sacó por la puerta trasera del mismo canal.

Da miedo intentar hacer correcciones o aportar. A los que hemos estudiado Comunicación Social en las universidades*, se nos indica minimizar el uso de “nuevas palabras” (esta es la forma de denominar a las palabras no comunes), crear un lenguaje llano y directo a la hora de redactar. Eso personalmente lo discuto. Lo podría aceptar en una noticia de sucesos. Pero en toda nota informativa, hasta de una nota comunal, no debería limitarse la introducción de sinónimos que alienten a la búsqueda, análisis y comprensión de nuevos términos.

¿No sabe usted lo agradable de conocer algo nuevo día a día? ¡POR SUPUESTO QUE SÍ!. Hace poco a la filial de esta página, “El Blog de Humoristech sin CIA” se le dedicó una reseña en el diario El Nacional. En la misma aparecía la palabra repositorio, aplicada a los enlaces de Personalidades del Humor, Entretenimiento y Vida que allí realizó semanalmente. Yo desconocía esa palabra y le agradezco tan inmenso aporte a quien la aplicó en el texto.

Al introducir nuevas palabras en nuestros textos, damos pasos efectivos a cumplir nuestros deberes como Comunicadores Sociales: Informar,. Educar y Entretener. La polisemia que adosemos en cada escrito, será siempre incluyente, mientras lo hagamos en dosis correctas, que no saturen ni llenen de tedio los párrafos, eso difumina cualquier estigma de elitismo/estrato que algún contenido literario pueda poseer.

Instar de forma tan decente, sutil y útil a la investigación, es un bien que le ofrecemos a los demás y a nosotros mismos. El proceso comienza en la búsqueda, razonamiento, aplicación acertada…y veremos que de manera cíclica volverá a nosotros agrandado e impulsándonos a superarnos en nuestra propia marca de saber.

Dormirse en los laureles del mejoramiento en el conocimiento del lenguaje nos está costando expresión, empatía, aporte, amor. Imagine usted que no pueda explicarle a sus hijos algún término y mucho menos se proponga corregir ese caso. La apatía lo irá consumiendo, le verán como alguien que no posee interés ni en sí mismo ni en los demás.

Y si por el contrario, es una persona con un conocimiento “en amplitud” ha de saber que jamás es bueno jactarse, adentrarse en una enfermiza y pretenciosa corrección de quienes yerran o se limitan al expresarse. También es un fallo el querer igualarse con quienes interactúa, eso es perder identidad, dar una imagen errónea de sí mismo y engañar a los demás al dárselas de “popular”. Eso es realmente una ofensa a la dignidad.

Si usted sabe, enseñe, si no sabe, pregunte. Jamás lo podremos saber todo. El último que lo intentó fue el artista español Goya y sabemos que murió loco y con un derrame cerebral por querer llenarse del conocimiento universal al máximo.

El lenguaje es aprendizaje diario, si lo sabes dosificar no pecarás de tonto. Podrás crecer desde tu propio ser y darle las bofetadas a las groserías, muletillas (ejemplo la muy venezolana “bichar” que se aplica cuando no se sabe qué decir o cómo se denomina algo”).

No pongamos más en vergüenza al país con la pobreza del lenguaje o la mecanicidad para el uso de las mismas una y otra vez para no herir susceptibilidades. Eso es falso.

Recordemos y divulguemos que si no estás seguro de una palabra, tanto en su definición como en su escritura, el diccionario que tienes como cuña en la pata de la cama te sacará de duda. También por los medios electrónicos. Le recomiendo no confiarse del todo de los correctores ortográficos de Celulares, BlackBerry’s, la tecla F7 de Word, ya que éstos se adecuan tanto al país en que se utilizan cómo a las palabras que se les incluye.

Otra cosa, no te sientas ofendido por ser corregido, siéntete halagado por que una mano amiga te han brindado. Y si eres tú quien corrige, no obligues, enseña con fundamento, discreción y corazón.

*acoto esto porque ahora muchos otros profesionales o personas son “gente de la comunicación social” como forma de globalización y el provecho de inmediatez en las informaciones.

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