Ganar es sabroso.
Perder es duro. Pero las derrotas son necesarias, incluso inevitables.
Y no necesariamente
son malas, también traen cosas buenas.
La primera vez que
me postulé a un cargo de elección popular trabajé día y noche y perdí. Fue
duro. Pero me ayudó a adquirir cierto tipo de madurez, una especie de
reciedumbre que sólo se adquiere en la soledad de la derrota.
Me colocó en el
dilema de seguir o desistir. Me obligó a hacer introspección, a bucear al fondo
de mi mismo. La derrota puso a prueba mi tenacidad y me dio la oportunidad de
asumirla con soberbia o con humildad.
Me obligó a pararme
y a levantar a mi gente, a darles las gracias y seguir. También me obligó a
hacer política desde la calle, sin la comodidad de un cargo, de una alcaldía o
gobernación.
Sin una nómina ni
recursos que administrar. Sin camionetas, escoltas, ni las prebendas del poder.
Me obligó a construir y luego a reconstruir con mis propias manos y con las de
otros que sumaron las suyas a las mías. En eso tenemos años...
Esa derrota es mía y no la cambiaría por una victoria porque me enseñó mucho. Me quitó para siempre el miedo a perder. Me fortaleció. Me hizo sacar lo mejor de mí, no lo peor. Y fue el primer paso para ganar.
En cierta forma me
preparó para ganar. Y también para perder otras veces, pero sin dejar que
alguna derrota se convierta en fracaso, nunca.
Un amigo que me ayuda en estas cosas me pidió que le relatara una experiencia de vida, y escribí esto para él. Me hizo bien escribirlo. Y decidí compartirlo con ustedes, mis queridos amigos invisibles.
Y por favor
disculpen el título negativo de esta ceiba*, que como verán tiene poco que ver
con perder y mucho que ver con ganar aprendiendo de las derrotas y de los
errores, y con salir fortalecidos, curtidos, para seguir luchando.
Porque la vida es
eso, una lucha desde el primer día hasta el último. No es hora de encogernos
sino de crecernos ante nosotros y ante el país.
Ramón Muchacho
*ceiba:
Así define Ramón Muchacho sus mensajes en las redes sociales.