Autor: Fernando Núñez Noda. Periodista, Ensayista.
"Una recopilación personal, no rigurosa sino lúdica"
En Wikipedia.org se define “viaje en el tiempo” como “el concepto de moverse hacia atrás o hacia delante a diferentes puntos en el tiempo, de manera análoga a moverse a través del espacio.”
Un “viajero”, entonces, se desplaza de una fecha a otra en la misma línea de tiempo (digamos, de 2014 a 1492 hacia atrás o a 2500 en el futuro), como si rodara por una carretera de sur a norte o viceversa. (Por eso, diremos sólo “tiempo” pero en realidad es más preciso usar “viaje en el espacio-tiempo”.)
Si nuestro turista temporal no influye sobre los eventos del pasado, es decir, sólo los registra como mero observador, no hay posibilidad de paradojas. Una paradoja temporal ocurre cuando la alteración del pasado afecta la causalidad del viajero en el futuro (su origen) y su ejemplo más célebre es la “paradoja de los abuelos” que pregunta: ¿qué pasa si una persona viaja al pasado y asesina a sus abuelos biológicos o a sus padres? ¿Cómo puede nacer? ¿Qué ocurre con sus propios hijos?
Algunos científicos afirman (o especulan) que si uno viajara a su propio pasado y lo modificara, se crearía una nueva línea de tiempo y el futuro (¿o pasado?) que conocíamos ya no podría existir. Es decir, un nuevo universo o al menos una nueva línea de tiempo.
La cultura antigua está llena de relatos que implican viajes en el tiempo no paradójicos. Las revelaciones, por ejemplo. A Edipo le predicen exactamente cómo perpetrará el complejo que lo hará famoso: alguien ve el futuro y a Edipo en él.
Juan de Patmos, autor del Apocalipsis, fue espectador único de una guerra sideral entre Cristo y el dragón y contempló incluso más allá: la Ciudad de Sión un milenio después. Tales viajes consideran el tiempo-destino como absoluto, incambiable. Son impulsados por la voluntad divina, por una magia superior, pero siempre en un rol de testigo pasivo.
Los Edipos y los Juanes son testigos de lo que será, no de lo que sería. Nada pueden hacer para cambiar lo que viene, sea porque es voluntad divina o porque nuestros héroes no comprenden la profunda realidad en la que están envueltos.
Si la línea de tiempo es inmutable, se retrocede como una película en reversa. Viaje a la semilla de Alejo Carpentier narra este devenir regresivo.
Magias menos explícitas pero igualmente efectivas tendieron un puente para que Fausto (el legendario personaje cuyo máximo exponente fue inmortalizado por J. W. Goethe), de la mano de Mefistófeles, echara un vistazo al futuro e incluso caminara por fastuosas ciudades. En la historiaMemorias del año dos mil quinientos del francés L. S. Mercier, publicada en 1771, un hombre se duerme y despierta más de 700 años después en un lugar llamado Utopía. Igual le ocurrió al dormilón Rip Van Winkle en la historia de 1819: abrió los ojos 20 años después. Cuando se viaja al futuro no hay paradojas causales.
Un tratamiento más sutil ocurre en 1843, cuando se publicó una de las más célebres alegorías que incluyen un viaje en el tiempo: Una canción de Navidad de Charles Dickens. Por primera vez, se ve el futuro como algo cambiable, un atisbo de las teorías sobre universos alternativos que después aparecieron: un tiempo hipotético, indecidible, que depende de cómo vivamos el ahora.
Incluso en el viaje temporal por excelencia, La máquina del tiempo de H.G. Wells, el autor evita las paradojas al apuntar 800 mil años en el futuro.
Como en poderosos temas de la física, es la narrativa la que ha abierto ventanas al entendimiento. La literatura, el drama, la comedia y, por supuesto y en categoría aparte, el cine. Todos prolíficos, éste último más.
A 24 cuadros por segundo y algunas páginas por minuto
En la saga de El planeta de los simios (1968), del francés Pierre Boulle, los astronautas adelantan miles de años en el futuro y llegan a un lugar similar a la Tierra. La sociedad humana ha sido relegada a un estado salvaje, sin lenguaje, dominada por diversos géneros de simios (chimpancés, orangutanes, gorilas). Hasta ahí no hay paradoja.
Pero si los universos paralelos existen, el asunto se complica. Acaso coexistimos con infinidad de líneas de tiempo distintas, que no se cruzan o lo hacen en escasísimas ocasiones. U ocurren pero en otras realidades o dentro de otras mentes…
En la epopeya simiesca (se hicieron cuatro películas posteriores y una serie de TV), el astronauta sobreviviente escapa y organiza una gran revuelta que termina por devolver una familia de chimpancés al pasado (su futuro inicial). Esos simios cambian por entero la historia humana desde entonces, es decir, son la causa de sí mismos en el futuro. Ya aquí hay otra trayectoria estadística.
La película Supermán de 1978 (aunque contraste crudamente con el ejemplo literario) postula una forma de “retroceder” el tiempo, físicamente absurda. Se trata de revertir la rotación de la Tierra, de hacerla girar hacia atrás con la esperanza de rebobinar la cinta hasta el punto en el que el hombre de Krypton salvara a su amada Luisa. Así lográsemos cambiar el sentido de la rotación del planeta, todos los cambios (catastróficos, por cierto) ocurrirían hacia el futuro.
El componente de cambiar el pasado o el futuro ha revivido en películas como Terminator de 1984 o Volver al Futuro de 1985, en las que sus héroes y villanos viajan (hacia atrás y en la primera también hacia delante) para cambiarlo. En la del androide una sociedad robot del futuro envía al presente un sicario cibernético. ¿Su misión? Eliminar a la madre del líder de una rebelión que se vive en el futuro (presente) de las máquinas.
En la película de Robert Zemeckis el protagonista viaja por accidente al pasado y, al entorpecer el que su padre y madre se conocieran en 1955, pone su propia existencia en peligro (al punto de comenzar a desvanecerse). A pesar del aparente determinismo que plantea, al final el film acepta la hipótesis del pasado-futuro modificable. En este caso, sobre la misma línea de tiempo.
En el cuento de Julio Cortázar “La noche boca arriba” ocurre un salto prehispánico, pero no en la dirección que uno imagina. El autor se burla del “presentismo” vanidoso, esa afirmación de que nuestro tiempo (y más radicalmente, sólo el ahora) es el centro dinámico del Universo, la medida de todas las cosas. El viaje en el tiempo de este monólogo es mítico, pero a la vez concreto. Hago reverencias ante este cuento.
Hay un film, un tanto subestimado al principio, pero que ha ganado prestigio con el tiempo: Día de la Marmota, de 1993, protagonizado por Bill Murray. Yo esta película no me canso de verla. En vez de un viaje, ocurre allí una permanencia en el tiempo. No importa qué hiciera (incluso matarse), ni cómo lo terminara… siempre amanecía en la misma cama, a la misma hora, en el mismo exacto día, el cual podía cambiar pero no evitar que se reiniciara ad infinitum. Es un ciclo desesperante, que le hace vivir muchas vidas sin salir del mismo día y le cambia el mundo para ¿siempre? Al final siempre transcurrió el tiempo, porque el protagonista cambió notablemente.
Aquí un motaje de escenas, dobladas con acento castizo:
Un verdadero abuso de la paradoja, ya no de los abuelos sino de los tatara tatara abuelos, lo comete Homero Simpson en un capítulo de su famosa serie. Allí descubre una máquina del tiempo poderosísima, camuflageada en una tostadora. Homero recordó una máxima de su padre: “Si alguna vez viajas al pasado, no toques nada.”
Nuestro héroe, con su torpeza habitual, retrocede hasta cuando las primeras criaturas marinas probaban suerte en el medio terrestre. Sin querer, aplasta al primer voluntario y previene que se desarrolle la vida tal cual la conocemos. Oh, les he arruinado la sorpresa al ver un video que les pongo más adelante.
Homero vuelve al futuro, ve que su familia no es la de siempre (eran a veces monstruosos o amorfos) regresa al pasado pero siempre toca algo: una flor o contagia de gripe a un dinosaurio y crea un extinción en cadena.
Igual en La máquina del tiempo de Wells: puede trasladarse al ayer, pero no modifica los grandes acontecimientos. De modo que se lanza a un futuro no paradójico.
Por los momentos queda el mantra: si alguna vez viajas al pasado, por favor mantén las manos en los bolsillos.
El universo es los universos
Me llama la atencion el rigor que ponen ciertos personajes al advertirle a un eventual viajero en el tiempo sobre los riesgos de intervenir en el pasado. El anterior “No toques nada” o el regaño del profesor de Volver al Futuro al confiado adolescente. Palabras más o menos, le dice que cualquier cambio sustancial en una cadena de sucesos los altera irremisiblemente, de modo que ya no serán lo que eran en el futuro.
Si uno retrocede al pasado y no mata a sus abuelos. Incluso se mantiene bien alejado para no alterar las posibilidades de que se conozcan y se casen tal cual estaba ya “dateado” que ocurriría. Bueno, uno se encontraría con uno mismo. Eso ya es un universo paralelo. ¿Y qué ocurriría con estas dos versiones de uno mismo? Nadie lo sabe. Quizá se aniquilarían al tocarse, como materia y antimateria o, más probablemente, tendrían que coexistir. Imagino la excusa perfecta que darle a una esposa perpleja: un hermano gemelo que aparece de repente, después de haber sido criado en las Islas Salomón.
Stephen Hawking, el gran físico de los agujeros negros, duda de los viajes en el tiempo del todo. No obstante, especula que de ocurrir hacia el pasado no podrían liberarse del universo paralelo, ya que se altera la causalidad física y no se juega el futuro con los mismos átomos, la misma energía ni espacio-tiempo. Maravilloso “caldo de cultivo” para crear historias.
La ciencia tras un viaje en el tiempo es complicada.
Nuestro viaje en el espacio-tiempo es el bólido más veloz que podemos tripular. Incluso en nuestro creido reposo nos desplazamos globalmente en el universo conocido a la pasmosa velocidad de 2 millones de kilómetros por hora. Esto lo explica exquisitamente el astrónomo Andrew Fraknoi en su ensayo “¿Cuán rápido te mueves cuando estás en reposo?” (en inglés). Pero eso palidece ante la velocidad de la luz: cerca de mil millones de kilómetros por hora.
Si uno se desplaza a la velocidad de la luz el paso del tiempo cambia radicalmente, los fenómenos que nos rodea darían registros insólitos. El tiempo se dilata (en magnitudes terrestres resulta indetectable). Es cuando se acerca un cuerpo a la velocidad de la luz que ocurre una forma distinta de viajar en el tiempo. Se viaja en menos tiempo respecto a cualquier cosa que se desplace por debajo de tales valores.
Vi el otro día un programa de Stephen Hawking donde afirma que tales desplazamientos temporales no serían posibles hacia el pasado pero sí al futuro. Por ley física conocida la consecuencia no puede preceder la causa, energéticamente hablando.
Una explosión primero y su ignición después no son físicamente justificables. Una manzana que se devuelve de su caída a un gajo en un árbol tampoco. En el cine solo son trucos que van hacia adelante. Contradirían la segunda ley de la termodinámica, aquella de la degradación energética de cualquier sistema. Sea una explosión o una estrella que se desintegra, todo marcha hacia un “adelante entrópico”.
Descartado por Hawking el viaje al pasado, considera plausible uno hacia el futuro. ¿Cómo? Si logramos colocar a seres humanos en una colosal y casi inimaginable máquina que lograra acelerar hasta velocidades de un tercio o dos de la velocidad de la luz.
Para un viajero que logre tales magnitudes un segundo de su vida adentro de la máquina puede equivaler a un año afuera, de modo que los 20 años-luz hasta el planeta Gliese 581 g, una aparente súper Tierra alrededor de la estrella homónima Gliese, duraría 50 años (digamos, un par de generaciones actuales, que serán más longevas en el futuro). Eso, en vez de 180.000 años con la tecnología actual.
La opción de Hawking, sin embargo, está muy lejos todavía con al tecnología actual.
Ahora bien, que la imposibilidad de viajes al pasado haya sido rebatida por la mayoría de los físicos actuales, no significa que en efecto (¿o causa?) tengan razón. Einstein estableció la velocidad de la luz (c) como límite del universo físico conocido, pero hay una conjetura bien fundamentada sobre que la gravedad tiene una partícula de intercambio: el gravitón. Las ecuaciones asoman que la antipartícula del gravitón: el takión al menos teóricamente supera la velocidad de la luz hasta, supuestamente, estar en todo lugar de su trayectoria a la vez. “Velocidad infinita”, la llaman.
Suena complicado y lo es, pero imagínense una montaña rusa, un rollercoaster que diese la vuelta en redondo, en una especie de anillo, tan rápido que se adelanta más allá del objeto que se desplaza. Si algo ocurrió hace un minuto doy la vuelta hasta ese momento y lo visito, en el pasado.
Esto es, como dije, conjetural, no hay evidencia y si ocurre sería en ámbitos microcuánticos de lo pequeño y casi instantáneos de lo fugaz. Como un geek que quiere construir historias, yo simulo en mi mente esos distintos modelos como si en efecto ocurrieran. Son puestas en escena en las que pongo a personajes a vivir inconcebibles permutaciones.
Si fuera posible un viaje al pasado ¿qué ocurre si un viajero interfiere en su propio pretérito? ¿Qué tal si se encuentra consigo mismo?
Don Marcial de Viaje a la semilla ve su vida retroceder como si en efecto frenara una trayectoria a velocidad-takión y retrocediera en la misma línea de tiempo al pasado. Quizá o casi seguramente en nuestra mente está el material para una pasmosa película en reversa que nos llevaría hasta la génesis biológica. En un gran atrevimiento, me aventuro a especular que ése es el recursos del cuento carpenteriano.
Hay otras posibilidades sugerentes
Según la física cuántica casi toda partícula conocida tiene una antipartícula. La del electrón es el positrón; la del neutrino es el antineutrino, etc. Hace más de un año científicos europeos afirmaron haber encontrado resultados en el Súper Colisionador de Hadrones en Suiza, que permitían suponer que los neutrinos viajaban más rápido que la luz. Luego, revisiones más cuidadosas del experimento descartaron la versión .
No obstante, más allá de los neutrinos, la teoría cuántica (esa críptica ciencia de las energías insondables) dice que la gravedad tiene una hipotética partícula de intercambio, llamada “gravitón”. Es “hipotética” porque no ha sido observada ni medida todavía. Bien, ese supuesto gravitón tendría una antipartícula llamada “taquión”, una pelotita de energía con masa negativa.
Lo curioso de este extraño objeto es que aumenta su velocidad a medida que pierde energía, hasta llegar a viajar ¡más rápido que la luz! No lo dicen las mediciones, pero sí las ecuaciones y ciertas conjeturas de astrofísicos.
Su velocidad puede llegar a ser “infinita”. Especulan los científicos que si los taquiones (de existir) se mezclaran con la materia ordinaria, el principio de causalidad se vulneraría y algunos fenómenos podrían estar precedidos por sus consecuencias y viceversa. Los físicos lo dejan hasta allí, pero los creadores extienden estas posibilidades hasta pisar territorios metacientíficos.
Un ejemplo clásico es la carrera contra las ondas electromagnéticas. Hay un libro del astrónomo Carl Sagan titulado Contacto (luego hecha película con Jodie Foster) en el cual la primera señal de extraterrestres (capturada por el programa SETI) es un discurso radial de Adolfo Hitler.
Los anonadados científicos encuentran el mensaje real embebido en esas ondas audiovisuales, las primeras en ser transmitidas por antena y, por tanto, propagadas hacia el espacio exterior. Obviamente los supuestos alienígenas captaron esas señales e inmediatamente contestaron, empaquetando su mensaje con la diatriba del maniático nacionalsocialista. Vale decir (y me perdonan el spoiler) que Sagan no deja claro si eso fue un encuentro real con alienígenas o un truco producido en la Tierra.
WatchMojo.com nos ofrece un ranking de lo que ellos consideran las mejores películas que implican viaje en el tiempo (en inglés):
Carrera contra la onda
Pero quedémonos con la transmisión electromagnética de la película Contacto. Imaginen un suceso en la Tierra (un juego de fútbol, por ejemplo) transmitido en vivo vía satélite. Las ondas del evento se desplazan a velocidad-luz y dan fe del suceso una vez que alcancen un aparato o un ser capaz de percibir y procesar tal señal.
Termina el juego y el equipo B le gana sorpresivamente al A. Si pudiésemos viajar sobre taquiones, en teoría pasaríamos las ondas como si fuesen tortugas y llegaríamos primero al destino, digamos, un planeta a cientos de años luz en la Vía Láctea. Al llegar allá iríamos muy rápido (bueno, más expeditos que la luz) a las taquillas de apuestas y le apostaríamos todo al equipo B. Entonces, en un tiempo que puede durar minutos o meses (de acuerdo con la distancia) llegarían las ondas con las imágenes y sonidos del partido, que ganará B y pagará 1.000 a 1.
Veamos el caso opuesto. Si una estrella cercana a ese sistema estallara, la luz de ese evento saldría disparada a la Tierra obviamente a 300 mil km/seg aproximadamente. Si volamos a nuestro planeta a velocidad-taquión llegaríamos antes de que se percibiera el evento, podríamos predecirlo y hacernos famosos. Una mina de oro para los apostadores y quienes dan “tubazos” en la fuente “Universo”…
No obstante, el taquión es acaso la forma menos probable de los viajes a mayor velocidad de la luz.
La gravedad en la Tierra atrae cualquier objeto o masa hacia el centro del planeta, pero tal “fuerza” no es tan grande como para colapsar las piedras y los suelos y fundirlas en su centro. Ni siquiera el Sol puede atraer contundentemente su enorme masa de plasma y gas incandescente porque en su núcleo ocurren monumentales explosiones termonucleares que expulsan la materia hacia fuera en un equilibrio que mantiene la mayoría de las estrellas.
Pero sabemos que las estrellas no son eternas y que su hidrógeno nuclear se transmuta en materiales más pesados. Tarde o temprano sale más materia (en forma de fotones y rayos cósmicos) de lo que entra, de modo que en algún momento la gravedad le ganará la pelea al impulso explosivo.
Si la estrella es lo suficientemente masiva (digamos, poco más de tres veces el Sol) y llega a su fase final, es decir, incapaz de producir reacciones nucleares, ocurre un proceso de colapso o de atracción de la materia hacia el centro. Mientras más átomos caen, más masivo y denso se hace ese centro.
Se cree que el centro hacia el cual colapsa toda la materia genera tanta gravedad que los átomos se fragmentan en partículas y que la densidad hace que una pequeña porción de material equivalga a cordilleras terrestres.
Si esa estrella colapsada estuviera en el lugar correcto, en medio de una masa de mucho polvo y gas -por ejemplo- comenzaría a absorber átomos sin parar y en ese curso se haría más pesada cada vez. Y su gravedad podría hacerse infinita y convertirse en un agujero negro. Un punto alrededor de cuyo “horizonte de eventos” no escapa ni la luz, según va la teoría. Se especula que en un agujero negro no se cumplen las leyes físicas tal cual las conocemos. Puede haber dobleces y pliegos del espacio-tiempo que todavía no podemos detectar. En esos corredores las particulas podrían desplazarse más rápido que la velocidad-luz.
Ahora bien, el modelo de universo surgido por el Big Bang (llamado Modelo Estándar) sugiere la existencia de otros objetos, los agujeros de gusano, que crean túneles o conexiones intraespaciotemporales en los que la materia se absorbe aquí pero se libera a millones de años-luz de distancia. La gravedad produce alteraciones del comportamiento de la luz y de las partículas en general, pero todavía la comprensión humana no las ha alcanzado.
Así que, por los momentos, no podemos adelantar más…
Intercepciones conjeturales
Si por ésta u otras muchas interacciones hubiera universos paralelos… serían tantas historias como permutaciones. O más: muchas historias dentro de cada permutación. ¿Habrá variantes entre ellas? ¿Hay universos más cultos o evolucionados que otros, más algres, más espectaculares… que otros?
Por ejemplo, yo Fernando viajo a mi propio pasado. Son dos Fernandos (A y B), el que estaba y quien viajó. ¿Qué pasa si B quiere cambiar su historia y elimina a su yo más joven? ¡Oh mi juventud!
Allí se incumple el principio de causalidad y, según la imaginería científico-literaria, se genera un universo -digamos- descentralizado. Dos observaciones:
- El universo que vive B es paralelo solo para los observadores externos. Para B es el universo.
- Así viaje hacia el pasado, B probablemente se estará moviendo siempre hacia adelante en el tiempo. Si se mueve a mayor velocidad que la luz literalmente pasa de largo el presente y puede devolverse.
En cambio, si se cumple el principio de causalidad, el tiempo va hacia adelante como un tren que no puede devolverse ni detenerse.
En el cuento El otro, Borges viejo habla con él mismo joven. El mozo le pregunta primero que nada por su mamá y el longevo le dice que todavía vive y está bien. Intercambian impresiones, opiniones, vislumbres. Chequean mañas y aprendizajes posteriores. Curiosamente, cada Jorge Luis cree estar frente a un río distinto.
Lo digo porque uno de ellos cita a Heráclito: “Nunca bajas al mismo río”.
Muchos años antes de la Nasa los escritores han viajado en el tiempo.
Se debió al físico Hugh Everett III, en 1957, la primera formulación científica del universo paralelo: se le llamó la “interpretación de muchos-mundos” (IMM). Groseramente simplificada (por mí), postula que el universo completo puede describirse por el concepto de “función de onda”, una especie de reconstrucción abstracta de toda la energía conocida según su “densidad” cuántica. Todo ello probabilístico y, en mi caso, conjetural.
(Muy bueno que para escritores y creadores, lo conjetural sea también real).
Como hemos visto,Ebenezer Scrooge en La canción de Navidad se ve a sí mismo en el pasado e incluso percibe el presente sin él. Gracias a ese viaje hacia atrás puede reorientar su devenir. Yo diría que hay un universo paralelo y que el Scrooge original, lamentablemente, terminó como un solitario avaro que no le interesaría sino acaso a la oficina de impuestos. El otro es el protagonista de la historia dickesiana.
Hay un cuento de Guy de Maupassant, no recuerdo el nombre, cuyo protagonista ejecuta un intrincado recorrido por el caserón hasta toparse con un individuo misterioso que surge de las sombras. ¡Es él mismo! Casi con seguridad el autor.
¿Qué haría uno si se encontrara cara a cara, no con un gemelo idéntico perdido, sino litera(riamente) con el mismo genoma individual, como un sí mismo pero externo? Una paradoja: es un sí mismo que no es uno mismo, aunque lo sea. Y no serlo viola el principio de identidad de la lógica. Por más genoma compartido A no es B, de modo que ¿quién es quién? ¿a cuál le otorgarían un número de identificación, a cuál le envío un email? Haciendo equivalencia internética: si es “con copia” no es de “IP único”.
Entonces si la tesis del universo paralelo establece que cada quien va por su lado, imaginar que se cruzan es una motivación narrativa.
Un error en la mecánica de escenarios para beneplácito de un titiritero mental.
Si hay un encuentro me pregunto: ¿desde cuándo son dos distintos? Un gemelo contestaría: desde la concepción, pero esto es distinto: hablamos de un “uno mismo” que se separó por efecto de viaje en el tiempo paradójico. Si Fernando B surgió hace un segundo es prácticamente igual a A. Mientras más tiempo transcurre más se diferencia de A. ¿Qué pasa si el cruce se da hace un segundo? Son dos vidas por separado con las mismas memorias, actitudes, personalidades.
No puedo evitar pensar que habría una confrontación territorial, pero no territorial en el sentido de geografía o propiedades. Me refiero a la potestad de ser el titular de la identidad. Quien pierda la pelea es el otro. Un encuentro casual a dos edades (como el de Borges) es, más bien, entretenimiento de la curiosidad, pero una convivencia me parece conflictiva de por sí. ¿Cómo negociar con alguien que conocemos y nos conoce como a sí mismo?
La edad, pues, es un factor importante, porque si el encuentro es asincrónico, la tradición predice un ejercicio de tutoría del viejo sobre el joven. En Volver al Futuro III, Biff va al pasado y se da a sí mismo joven una revista con resultados deportivos del futuro que lo hacen rico. Además de eso le hala las orejas varias veces por su torpeza.
Hay un ángulo de novela negra que implica la necesidad de eliminarse entre sí, esa pavorosa guerra me sugiere buenas historias. Por una herencia, una chica o por el mero honor de portar la identidad. ¿Cómo anticipar al otro según lo que haría uno? Lo que lleva a ¿cómo actuar de modo de no ser descifrado? Y luego ¿cómo descifrar al otro entendiendo que también intentará engañarnos?
Yo tengo un cuento que, por todas las señas implica un viaje en el tiempo, aunque no lo sea en el sentido que se imagina: Las dos visitas del señor F. Lo cito como una miscelánea más que una referencia.
Otros dobles
Del folclor germánico viene la figura del doppelganger, el doble paranormal de una persona viviente. A veces se expresa en la sensación de haberse visto de reojo, como una ráfaga en la visión periférica, en ángulo o configuración que hacen imposible una ilusión.
La mayoría son versiones perversas de nosotros mismos, a veces verdaderos monstruos aunque de aspecto igual o muy similar a su modelo.
Recuerdo la serie Twin Peaks de David Lynch en la que el agente Cooper entra a un lugar y ve a todos los protagonistas, pero no puede ser porque sabe que están en otro lugar, lejano. Son doppelgangers ¿cómo llegaron allí? No se sabe.
En Avatar de James Cameron hay otra forma del doble: una replicación remota, una reconstrucción que traslada la mente de una persona a otro cuerpo. Igual en The Matrix, cada persona en el mundo cree ser alguien operativo, ejecutivo, luchador en un sociedad moderna, cuando en realidad es un cuerpo enchufado a máquinas que, a cambio de la energía, le otorgan una vida falsa.
Un microcuento para terminar
Verse en el espejo es un ejercicio enigmático pero, al final, común. Lo destaco para dejar claro cuán impactante es verse a uno mismo pero sin espejos de por medio.
En dos platos: me vi esta mañana. No es la primera vez, pero sí la primera con contacto visual mutuo. Fue fugaz. Yo caminaba apurado, miré al azar y pude constatar que era mi rostro. Al verme me sonrió (¿o sonreí?) con una mueca que me electrificó el espinazo. Sin correr, huí con pasos disimulados pero rápidos. Entré a mi casa, oteé los alrededores desde todas las ventanas, me mantuve alerta pero en la tarde sucumbí a la siesta vespertina.
Mi problema no es haberme visto, sino sentir ahora… mejor dicho, saber ahora, estar plenamente seguro de que mi yo único y auténtico, quien soy, fue quien sonrió, no éste.
Y en ese complicado problema sigo. Dormir la siesta, creo, fue lo que provocó todo…
Fuente: www.ciberneticom.com