La enfermedad del chiste (Síndrome de Witzelsuch)

Doménico, que pudiera llamarse Horacio o Caruso, es un adolescente de más de 60 años que tiene por defecto virtud que todo lo convierte en chiste. El día de la muerte de su padre le advirtió al personal de la funeraria que evitara colocarle al cuerpo del difunto cualquier tipo de hielo o producto irritante porque “su viejito sufría de asma”.
Un día cualquiera lo detuvo un vigilante de tránsito porque había cruzado la avenida con la luz del semáforo en rojo. Consciente de la falta y lo que acarreaba la infracción, optó por la vía, el arma más a la mano, de la viveza criolla y el humor siciliano y le preguntó al funcionario el motivo de la detención y al responderle que se habíacomido la luz roja, le extendió un fajo de billetes mientras le informaba que entonces él tendría que comerse un pollo asado.
Caruso, que podría llamarse Horacio o Doménico, declara con solemnidad que tiene por vecinos a tres obispos, a dos generales corruptos, un coronel patriota, una enfermera de terapia intensiva, una exmonja de clausura, un pastor evangélico, un exalcalde, y un exconvicto devenido en vendedor de carros usados. Nada de este es verdad, pero a él no le importa. Todas las tardes, aprovecha la circunstancia del café que nos reúne para contar una anécdota de sus vecinos.
Las historias abarcan el ámbito de lo trágico e hilarante a la vez. Nada lo detiene, su capacidad para inventar historias no tiene límites y nadie se salva. Es implacable hasta con él mismo, se coloca en las peores situaciones. Se burla de sí mismo que es, al fin y al cabo, la quinta esencia del humor.
Sin llegar al estadio de lo que la ciencia da en llamar el síndrome de Witzelsucht, el trastorno de Caruso es más un adorno que sirve de muro de contención a estas ganas de llorar en la que se ha convertido Venezuela. Casi como la canción que popularizó la inolvidable Celia Cruz, para Caruso La vida es un carnaval. Si puedes reír, para qué coño llorar, es su lógica y lo declara.
Si comentan que la luz se fue en el edificio por ocho horas, Caruso despacha que en su casa funciona perfectamente una planta de generación eléctrica de 40 KVA, con la que le manda alguito de luz a la monjita para hacer arrechar a los obispos. Todo esto revestido de la mayor seriedad.
La técnica de Caruso molesta a los que se toman el asunto demasiado en serio. Aquellos que de alguna forma caen en la trampa Orwelliana que propician el amor para implantar el odio y hablan de paz cuando su tarea es fomentar la guerra.
Puede ser esta una enfermedad, la del chiste, de la que bien vale la pena estar enfermo. No hay pan, qué importa, a Caruso le terminan de despachar una tonelada de harina y él se entretiene haciendo tortas.
Autor: PEDRO SUÁREZ
Foto: William Urdaneta

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