De cómo las salidas humorísticas nos ayudan a luchar contra la adversidad, las desgracias, los malos ratos y otras causales de incomodidad social o individual
Autor: Luis Barrera Linares - Columnista en: Contrapunto.com (fuente).
A raíz de algunas de nuestras “dudas” anteriores, alguien que se identifica como “economista” nos ha preguntado sobre las razones para que, ante circunstancias tan adversas como las que estamos padeciendo, algunas veces incurramos en ciertas salidas sarcásticas para tratarlas por este medio. El comentario habla de “humoradas” y lo primero que queremos dejar claro (mi tía Eloína y yo) es que muy lejos estamos de hacernos pasar por humoristas. Lo que no impide que de vez en vez intentemos motivar en los lectores una que otra (son)risa reflexiva acerca de las penurias cotidianas. Un muy gracioso actor español ya fallecido, Alfredo Landa (1933-2013), dijo alguna vez que el sentido del humor reposa principalmente en aprender a reírse de las desgracias propias. Tratar los asuntos desde esa perspectiva sería precisamente lo que diferencia a los seres desasistidos de quienes están en las alturas gubernamentales y además suponen que jamás se apearán de ese pedestal.
Y es que el humor suele ser ajeno a quienes ejercen el poder y a su entorno, a su simbología y a su imaginario, en cualquiera de sus instancias, desde las más terrenales hasta las presuntamente divinas. Gobernantes, héroes, estatuas, retratos en papel moneda, dioses y diosas, imágenes oficiales, vírgenes y santos o no se ríen jamás o esbozan muequillas clandestinas (tipo Mona Lisa, cuya sonrisita siempre ha resultado sospechosa a mi tía Eloína). Ejemplos clásicos de esta afirmación son los íconos fotográficos del papel moneda en cualquier parte del mundo. Por lo general, los héroes de los billetes son precisamente como algunos ministros desenfocados, cejijuntos hasta más no poder. Igualmente, los padres rígidos, mandones, severos, machistas, no parecen dispuestos a la alegría sino al ceño fruncido, ícono cultural que cierta tradición les ha asignado a las posiciones de dominación desde la época medieval.
Por razones que también emanan del ejercicio del poder (religioso, político, económico, social), por lo menos en la cultura occidental, interesadamente suele asociarse la risa con la maldad en general, con el diablo y lo diabólico, con lo perverso. Pensemos en las carcajadas burlonas de las brujas en el cine y la literatura, en la vileza que envuelve la risa maléfica de las hienas, en el cinismo carcajeante y estrepitoso de Lucifer. No obstante, llevar la vida con (buen) humor está muy lejos de eso. Por ejemplo, sean de derecha o de izquierda, es casi un axioma que los dictadores no se ríen, son alérgicos a la felicidad y, cuando lo intentan, convierten el humor en morisqueta, o acuden a la llamada “risa nerviosa”, que más bien parece tener su origen en el miedo oculto a perder el puesto. La autoridad mal entendida, sus representantes y todo lo que les concierne tienen rostro formal, hierático.
El humor representa esos modos sutiles e inteligentes, metafóricos, mediante los cuales el común de los hablantes —y no solamente el humorista profesional— se burla de las hegemonías, de la represión, de las pretensiones opresoras del poderoso en cualquiera de sus manifestaciones sociales: desde el profesor que abusa en su rol de “mandante absoluto” en el aula hasta el gobernante que reprime con la fuerza pública, o por otros medios, a quienes se le oponen; sin olvidar dentro de ese espectro al médico descentrado que abusa del léxico especializado para amilanar al paciente, o al burócrata de cualquier nivel que, valiéndose de su función de intermediario, solo persigue entorpecer las diligencias del desasistido ciudadano que a él acude para realizar algún trámite.
Gústeles o no a algunos, por lo menos en nuestro medio hispanohablante en general, y venezolano, en particular, siempre la colectividad tendrá una salida humorística que le sirva de muro de contención, de mecanismo cognitivo de defensa ante lo que no puede contraatacar por otros medios. De allí los chistes, las frases, los refranes, los dichos, las expresiones generales con que nos referimos al que nos discrimina o nos segrega, a los grupos sociales que nos excluyen, a los adversarios políticos, al que cree que nos domina.
De modo que valerse de los recursos del humor mediante la actuación lingüística rutinaria o a través de los medios de comunicación social no es ningún pecado ni alberga la intención de banalizar todo mediante un pasajero chiste o una anécdota superficial. Es, eso sí, una respuesta defensiva frente a la agresión de cualquier naturaleza. Lo decía nada más y nada menos que el padre del psicoanálisis, don Segismundo Salomón Freud: “El humor es la manifestación más elevada de los mecanismos de adaptación del ser humano”. Y mucho antes que él, ya el renombrado Aristóteles había expresado que el hombre es el único animal que ríe. A lo que mi tía Eloína suele agregar jocosamente que la mujer es el único animal que llora… de risa.