Este
artículo es más una reflexión en base a unas cuantas caras visibles de nuestra
sociedad y el ciclo de vida que realizan o no.
Todo
surgió luego de enterarme que una niña de 07 años no sabía leer y la maestra
envió sendas notas y llamadas a su representante. ¿Lo siguiente más grave de
este asunto?, que la representante también es maestra.
Eso
de que en casa de herrero, cuchillo de palo, pasa a ser deleznable cuando un
niño tiene una carencia tan puntual, por falta de supervisión de los padres y
más cuando la materia compete a uno de éstos o a ambos.
Ya
bastantes problemas están dejando los malos pagos a las maestras y profesorado,
la displicencia de algunos de esto en el aula, la ley de educación y al menor
que arremete contra la disciplina y la justa asignación de notas en base al
desempeño escolar, para que también se sume la falta de educación en el hogar.
Les
recuerdo que aunque se hable de educación en la escuela, esta es realmente
instrucción, conductista y alentadora. Pero las bases educativas –incluso el
placer de enseñarles a los infantes las primeras letras- provienen de padres
y/o representantes, fortaleciéndose en el coso educativo.
Y vi otra cosa, muy distinta…
A
la par de enterarme lo de la niña de 07 años, tuve la oportunidad de ver a un
niño de 11 años que se fue a trabajar con su padre y abuelo un día viernes (en
el que no tuvo clases, por las irregularidades provenientes de los malos
sueldos a los educadores).
El
trabajo es de albañil. Y le enseñaban a usar la pala y cómo seguir una línea de
separación para crear las condiciones de aplanado de terreno para luego vaciar
concreto.
Dicha
formación ha sido generacional por siglos y sigue siendo loable, siempre y
cuando no se le trunque la oportunidad de disfrutar su niñez, su adolescencia
en pleno comienzo y cumplir con sus obligaciones escolares y de formación.
Pero
esa herramienta le permitirá mantener su solvencia y la de los suyos a futuros,
siguiendo el ciclo de vida humilde, fecundo y provechoso de los albañiles, así
como de muchos oficios que fortalecen y crean mejores ámbitos en nuestra
sociedad.
El ciclo de vida
Mi
padre, quien falleció hace poco, me llevaba con él a trabajar y me enseñó a
barrer, limpiar, atender a las personas, comprar y cuidar y querer las cosas
que dan sustento, pero siempre anteponiendo a las personas.
Me
daba una “mesada” semanal, con la obligación de dividirla en tres partes: la
primera para mi mamá, la segunda para mis ahorros, la tercera para comprarme lo
que quisiera. A día de hoy, esa distribución me ha permitido cumplir con
aquello que me es querido y necesario.
Siempre
me pedía estudiar –fui bastante arisco a la educación convencional y por el Bull
ying que recibía por mi físico y cívica, que prefería desechar con indiferencia
para molestar a los bravucones-. No permitió que me hiciera fan del dinero sin
aprender, hacer y enseñar. Era su buena versión de ganar el pan con el sudor de tu frente.
A
él y a mi madre agradezco la educación y la instrucción. La prédica con el
ejemplo y además las anécdotas. Sí, estas son una manera valiosa de abrir los
ojos, el carisma y prepararse incluso para situaciones atípicas.
En
estos tiempos en que el racionamiento eléctrico es tan frecuente y hay que
mantener actividades familiares, además de la enseñanza convencional, las
anécdotas, reflexiones o cuentos paisanos son una forma de pasar el tiempo y
hacerlo útil, abriendo a la imaginación, conociendo situaciones que no se
vivieron ni se vivirán y entendiendo las motivaciones de los demás.
Pero
hay padres que –tomando cualquier excusa como razón- dejan ese segmento
educativo y de comunión fraternal en vacío. No recuerdan que la chispa del
venezolano también puede enseñar a escudarse o defenderse de tal o cual “viveza
criolla” o saber cómo comportarse ante situaciones.
El ciclo de vida: Aprender a pensar y sentir
El
ciclo de vida actual amerita mejorar la manera de pensar, como la de sentir.
Que las verdades son necesarias, pero no dagas a clavar en los demás para
demostrarse mejores; que todo lo productivo o hasta “romantizado” es necesario,
ya que por algo existe.
Cuando
la elefanta del Zoológico de Maracay murió, gran parte de la sociedad se
compungió por ser un icono. Pero hubo cizañeros que publicaron que esa elefante
inútil no importaba, que lo valioso era que el político que ellos seguían iba a
estar en Maracay.
Más
reciente, leí un posteo de dolor por la quema del Parque Nacional Henri Pittier y la respuesta de alguien fue, ¿Qué
importa eso?, ¡Lo que nos importa es que no hay Internet!
Ese
ciclo de vida de la indiferencia, la mala educación, la falta de tacto,
reconcomio e incluso, ganas de detonar polémica, debería acabarse ya. Dejar
espacio para que el aprender, hacer y enseñar se nos transforme en el círculo
de la vida, hará que nuestro paso por la misma valga la pena.
También
está el hecho de aprender a pensar como los demás, que buscan el mismo fin que
nosotros, pero no con los mismos métodos, sino con los suyos. Mientras sea
legal, práctico y seguro, siempre será válido y adosará la alegría del
pundonor, el gusto por el proceso y el triunfo real del buen legado.
El
ciclo de la vida con los hijos no es que amen lo que nosotros amamos, sino que
amen lo que sienten es en realidad lo suyo. Que les brinde solvencia,
serenidad, legalidad y sano orgullo, es todo lo que se les puede pedir, para
que vivan sin tantos obstáculos, sin ser los obstáculos y siempre gustosos de
lo que han de aprender, hacer y enseñar.
Y
para quienes no tenemos hijos, quede nuestro ejemplo para los de los demás. Eso
les dará doble refuerzo y anécdotas para cuando no tengan electricidad o estén
simplemente sentados escrutando al cielo, como pareja, como familia, como
comunidad.
Todos
somos el ciclo de vida de alguien, aunque no lo sepamos. Entonces dejémosle lo
mejor, aunque los malos y los indiferentes o charlatanes, no lo quieran.