Por décadas se ha hablado de las
consecuencias de la contaminación sónica y a esta no se le presta atención
cuando llega la etapa –que puede ser perenne- del individualismo que más bien
es el florecer de la anarquía y el yoísmo.
De allí que millares de personas –al
menos en el caso de Venezuela- se entretengan colocando sus equipos de sonido
al volumen máximo sin importarles vecinos, personas convalecientes y los
horarios de descanso necesario.
Incluso estando varias personas
reunidas, colocan dichas cornetas bluetooth a todo volumen, para ellos hablar
(gritar más bien) con mayor fuerza, a modo de hacer entretenida su reunión reforzando
el interés de ser el foco de atención.
Ya la contaminación sónica no es
propia de las empresas o vehículos como siempre nos han mostrado en los libros
de texto; proviene de la poca cívica de unos pocos que termina perjudicando a
muchos.
Otros casos de la contaminación sónica
Ya es una actividad perenne la de
las tiendas de colocar sus altavoces a todo volumen –y no caigamos en la casi
pútrida selección “musical” que utilizan-. Peor aún, tiendas que están una al
lado o al frente de la otra, entran en una batalla de minitecas a la que
algunas adosan a alguien que hace de locutor o animador con un micrófono mal
ecualizado y tratando de opacar al volumen de fondo de su propio equipo y de
los competidores.
Las cornetas directamente hacia la
calle, justo por donde los peatones pasamos. Que nos afecten los oídos no les
interesa, sólo vender y mostrar una pseudo-fortaleza en base al volumen de sus
parlantes.
Ahora no sólo se afinan motos en
las calles o aceras de barrios o urbanizaciones populares. También les colocan
cornetas y van pavoneándose como buscando camorra ante quien les solicite algo
de decencia en bajar el volumen a sus exagerados decibeles, lo que para ellos
es buscar camorra y una declaración de guerra.
De allí pasa de la contaminación sónica
intencional al ataque contra los vecinos, amigos e incluso, contra la ley, ya
que cualquier denuncia atendida por las autoridades, es burlada impunemente. Y eso
que los policías venezolanos son intimidantes y hacen presión psicológica y física
considerable, pero estos abusadores son inmunes a ello.
Los horarios en que promueven estas
actitudes también están rompiendo estigmas. Un lunes a las 11 de la noche y
hasta que el sol salga no más porque les salió del forro de la gana es amoral,
¿Acaso esa gente no va a trabajar?, porque entre semana también lo repiten.
Parece que la salvación es que se les dañe el equipo o que no haya electricidad. Y este último es relativo, ahora que hay cornetas recargables.
Entonces en el predio de la oscuridad se creen
paladiones al romper el silencio propio de un apagón, retroalimentando su ego
que seguirán marcando con más contaminación sónica en los subsiguientes días,
meses y años.
El transporte público es ya la tapa
del frasco de la contaminación ambiental. No tanto porque sus cornetas toquen “La
Cucaracha” o cuando retrocedan suene “La Lambada”, sino por el alto volumen que
colocan a sus equipos y terminan haciendo gritar la petición de parada.
Algunos choferes alegan que es para
mantenerse alertas, lo que es un error, ya que no es el volumen lo que ayuda a
espabilar, sino la línea melódica variada, que sólo puede provenir de un buen y
variado playlist, algo que muy pocos de ellos usan.
Obligar a respetar al prójimo, no hace efecto
Hay alcaldías y policías que si le
ven la importancia a no abusar del sonido y dejar descansar a los parroquianos.
Y son acusados de violentar a la libertad de expresión, cuando esos que aducen
tal argumento omiten que existen leyes de igual rango para la convivencia
cívica.
Su necesidad de escuchar su música
favorita nadie se los quita, el problema es que ese sonido obligue a quienes
están en derredor a usar audífonos cancela ruidos o a colocar sus televisores a
todo volumen para saber de qué va tal o cual programa y eso, agrava a la contaminación
sónica.
En países como Suiza o Suecia, los
ruidos en días domingo y en horarios diarios luego de las 10 de la noche son
penados con hasta 600€ de multa, lo que para nuestros países latinos es
considerado un abuso de autoridad.
Pero la paz mental, la convivencia
cívica y salud auditiva y anímica de los habitantes se encuentra en los niveles
óptimos al tomar esa medida, además del respeto mutuo. Y si necesitan festejar,
sólo solicitan permisos y comparten en horarios específicos y a un volumen que
se disfruta. Todo está en no querer imponerse a los demás.
La mejor forma que tenemos para
controlar es denunciar, elevar la queja a quienes de manera diplomática o legal
puedan ayudarnos e incluso, manipular la situación. Si te deben un favor,
cóbraselos solicitándoles mesura para que te permitan descansar.
Además, enseñarles a los niños en
las escuelas que la contaminación sónica es parte de la evolución tecnológica e
incluso ella misma se trata de aminorar porque las leyes y la sana convivencia
así le obligan.
Y que el provocarla de manera
intencional atraerá consecuencias morales, legales, económicas que se
manifiestan de distintas maneras, pero siempre llegan; ya que lo que se hace
por anarquía y sólo pensar en sí mismo o creer que lo que haces los demás lo
gozan –o deben gozarlo porque tú lo dices-, es un acto mezquino que será
cobrado de forma alguna.
Siendo el peor de los castigos, la afectación
de la salud. Desde el tinnitus hasta el deterioro cardiovascular y metabólico; lo problemas psicológicos también hacen presencia.
Quienes trabajan como DJ,
ingenieros de sonido, constructores, operarios de máquinas, músicos o cualquier
área donde la contaminación sónica prevalece, saben cómo enfrentarla y
minimizarla, porque ella no es su amiga.
Además piensa, ¿Te gustaría estar
cansado de trabajar, estudiar, hacer oficios en casa y al acostarte, venga un
vecino a colocar su música a full volumen sólo para probar la potencia de su
equipo –porque ni bailar o cantar hacen- y quebrantar tu descanso?
Fíjate que la gente se fija. Y además,
la música buena se disfruta a volumen moderado, que te quede claro.