A
menudo los adultos deseamos que los niños estén quietos, que sean pacientes,
que se entretengan sin juguetes a golpe de imaginación y que se mantengan
limpios cuando salen a jugar.
Sin
embargo, la infancia no es eso. Los niños necesitan moverse, explorar, vivir
aventuras, descubrir nuevos mundos… Y mientras lo hacen es normal que alboroten
y se ensucien. De hecho, no es algo negativo y mucho menos patológico, es
sinónimo de un niño sano y feliz.
Ensuciarse es divertido y estimula al
aprendizaje
Cuando
los adultos ven a un niño con las manos y la ropa llena de tierra o de comida,
piensan que no sabe comportarse y hasta puede que se pregunten: “¿Cómo los padres permiten que su hijo haga algo así? ¡No le han
enseñado modales!”.
A la
mayoría de las personas no les pasa por la mente que ese niño está explorando y
aprendiendo, que está conociendo el mundo que le rodea a través de sus
sentidos. Que los niños no solo aprenden mirando sino también tocando y
oliendo, y que ese aprendizaje es una de las experiencias más enriquecedoras
que pueden vivir en su infancia.
Cuando
los pequeños tienen la oportunidad de jugar con agua, arena, tierra, pintura,
gelatina o harina, aprenden a través del tacto, y las sensaciones que
experimentan son muy agradables ya que todo representa un descubrimiento
excitante que estimula sus conexiones neuronales.
Dejar
que se ensucien les permite experimentar con diferentes materiales y texturas.
Estos juegos, en los que no hay reglas ni una manera “correcta” de jugar,
estimulan la curiosidad natural de los niños y les ayudan a desarrollar una
actitud más abierta ante las experiencias.
De
hecho, un estudio realizado en De Montfort University desveló
que los niños pequeños a los que se les permite manipular la comida desarrollan
una actitud más abierta ante los nuevos sabores, por lo que terminan siguiendo
una dieta más variada.
Por
otra parte, psicólogos de la Universidad de Iowa también descubrieron que
"jugar" con la comida tiene un efecto positivo en el aprendizaje.
Estos investigadores analizaron a 72 niños y descubrieron que a los 16 meses de
edad los pequeños a los que se les permitía tocar, oler e incluso tirar la
comida habían aprendido antes las palabras relacionadas con estos alimentos y
sus propiedades.
De
hecho, se ha apreciado que los niños pequeños pueden identificar objetos
sólidos con bastante facilidad, como una taza o una manzana, debido a que su
tamaño y forma no varían. Sin embargo, los líquidos y las sustancias pastosas y
pegajosas son más difíciles de identificar. Sin embargo, cuando a los pequeños
se les dejaba manipular esas sustancias, aprendían a reconocerlas y a
nombrarlas antes.
Por
tanto, dejar que los niños se ensucien no solo es divertido para ellos y
estimula una actitud más abierta ante la vida sino que también potencia el
aprendizaje.
Los niños que crecen en ambientes
demasiado limpios enferman más
Jugar
con la tierra, la arena, el barro y los animales no solo es beneficioso para el
desarrollo cognitivo y emocional de los niños sino que también es saludable.
Los científicos han demostrado que la frase de las abuelas “deja que coma tierra para que coja defensas” es
razonable, mientras que el exceso de higiene es perjudicial.
Es
obvio que ningún padre quiere que sus hijos se enfermen, pero estar unos
minutos más con la ropa manchada de pintura, los zapatos con tierra o las manos
llenas de masa no es el fin del mundo. Al contrario, es probable que los niños
se sientan más felices y que su sistema inmunitario se active.
De
hecho, no es extraño que en los últimos años hayan aumentado tanto las
enfermedades autoinmunes, las alergias y otras patologías relacionadas con el
sistema inmunitario, sobre todo en los países occidentales. Los científicos se
preguntan si estos problemas se deben a que los niños ya no están expuestos a
muchos agentes patógenos, de manera que su sistema inmunitario no termina de
madurar por completo y se vuelve híper reactivo.
Esta
teoría se conoce como la “hipótesis higienista” y afirma que crecer en
ambientes excesivamente limpios, como los hogares urbanos donde no hay animales
y muy pocos microorganismos, interfiere en la maduración de los mecanismos de
defensa naturales, aumentando el riesgo a enfermar. Ahora un estudio llevado a
cabo por un equipo internacional de científicos ha confirmado esta hipótesis.
Estos
investigadores analizaron la microbiota intestinal; es decir, las comunidades
de microorganismos que viven en el tracto digestivo, de 222 niños que nacieron
y viven en Finlandia, Estonia (donde las enfermedades inmunes de aparición
temprana son muy frecuentes) y Karelia (una república de la Federación Rusa
donde los trastornos relacionados con el sistema inmunitario son menos
comunes).
Los
científicos analizaron los hábitos alimenticios, la salud y las costumbres de
estos niños durante sus primeros 36 meses de vida. Así descubrieron que en la microbiota
de los niños de Finlandia y Estonia predominaban las bacteroides, mientras que
en la de los niños rusos había más bifidobacterias.
Los
investigadores afirman que la presencia de bacteroides en el tracto digestivo
humano es un fenómeno reciente, vinculado al estilo de vida occidental, y que
estas bacterias, lejos de activar la respuesta inmunitaria, la reduce. De
hecho, apreciaron que la microbiota compuesta en su mayoría por las bacteroides
era más “silenciosa”; es decir, menos activa desde el punto de vista
inmunitario.
Por
tanto, ese exceso de higiene, dirigido a proteger a los niños, en realidad
tiene el efecto contrario y hace que enfermen con mayor frecuencia, promoviendo
la aparición de patologías que pueden acompañarles durante el resto de su vida.
Niños melindrosos y límites a la hora
de jugar
Vale
aclarar que a algunos niños les puede resultar desagradable el contacto con
algunas sustancias. Por ejemplo, algunos niños pueden sentirse incómodos al
tocar el barro o la arena. No debemos obligarles sino dejar que exploren a su
propio ritmo y que elijan con qué prefieren jugar.
Por supuesto, no se trata de caer en los extremos exponiendo a los pequeños a riesgos innecesarios o permitiendo que ensucien la casa cada vez que les apetece. Se puede establecer un horario y un lugar para ese tipo de juegos.
Por supuesto, no se trata de caer en los extremos exponiendo a los pequeños a riesgos innecesarios o permitiendo que ensucien la casa cada vez que les apetece. Se puede establecer un horario y un lugar para ese tipo de juegos.
Lo más
importante es que los padres comprendan que dejar que los niños corran libres y
exploren su entorno es saludable para su desarrollo psicológico y físico. No
debemos apresar a los niños en el mundo de los adultos sino potenciar el juego
libre, su capacidad de asombro y dejarles libertad para que exploren su entorno
con los cinco sentidos, si así lo desean.