En 1996, exactamente el 31 de agosto, conseguí un trabajo
recomendado por un amigo de mi padre. Era el instalar una tornillería que el
dueño compró en un remate en Mérida y se trajo a Maracay todos mezclados. Miles
de tornillos y tuercas que requerían ser clasificados.
Pasé entonces Septiembre, Octubre y Noviembre asistiendo a diario
para colocar los tornillos y tuercas en envases, clasificados por modelo, utilidad
y diversidad de medidas. Para el 25 de noviembre estaba todo listo.
En ese entonces aplicaba la norma de los 3 meses de prueba
para quedar. El convenio era que yo quedaría como vendedor, se lo recordé al
empleador y me dijo un fáctico y árido “ok”.
El día viernes 29 de noviembre en la tarde llegó un muchacho
pidiendo tornillos y tuercas de 7/16. Al despacharle me dijo que no le
alcanzaba el dinero, por lo que le sugerí un modelo de tornillo más económico e
igual de resistente y pudo cancelarlos.
En la mañana del sábado 30, un señor fue a comprar unas lijas
y una conexión de bronce. Tampoco le alcanzó y le ofrecí otras. Resolvió y
vendí. A mediodía fui a almorzar y al regresar veo en el mostrador todo lo
vendido. Extrañado le pregunto al propietario del local que me dijo:
“A esta gente la mandé yo para ver qué es lo que pasa contigo que vendes lo de poca ganancia, puro resolver. Mejor es no vender y que otro se lo lleve”.
Sí, me dijo eso. Discriminando a la gente que no puede pagar
algo pero requería resolver. De inmediato le respondí:
“Bueno, por favor págueme mi semana, acá está su llave y comencemos diciembre bien”.
Su esposa me insistía que me quedara. Le comenté que él
hablaba mal a mis espaldas creyendo que no le oía. Y que montar peines (trampas) no es ético y menos cuando uno no está
haciendo mal alguno. Sí así era de entrada, se iba a poner peor.
Pasé 1997 sin conseguir empleo ni generar dinero, pero para
nada tan mal como se pasaría en la actualidad en tal situación. Mis padres en
lo poco aportaban. De hecho comencé a vender algunas cositas en casa y ese era
mi aporte. Ya luego la vida me encarriló como transcriptor y redactor.
Los tornillos y tuercas de hoy
Que en un empleo te coloquen la Espada de Damocles sobre tu cabeza a través de vigilancia, mensajes
subliminales o liminales, que te hagan
perder los tornillos y tuercas de tu tranquilidad, cordura y ánimo, es
francamente deleznable.
Sí, de acuerdo estoy que cada quien debe vigilar sus bienes y
propiedades, pero tener al personal bajo el acoso de “no hagas esto, no te
juntes con aquellos, es sospechoso que hables por o con…, no bosteces en tu
sitio de trabajo, qué metiste en esa gaveta, por qué levantó la mano frente a
esa persona” y quien sabe qué más persecución, es una forma delictual, ya que
transgrede la estabilidad emocional
de las personas que estén a cargo.
Para que alguien sea inculpado ha de ser atrapado in fraganti y existir pruebas de su
culpabilidad y una investigación proveniente de unos hechos sospechosos
punibles válidos. Antes, es acoso.
¿En qué época estamos, pues?
Los servicios de vigilancia y seguridad con el personal y los
equipos son para brindar tranquilidad y comprobar hechos. No para estar armando
la apofenia más barbárica y ominosa que se pueda formar tan sólo para salir de
alguien que lo hace bien, pero te cae mal. Eso es pueril, de poco hombre o poca
mujer y más, de poca empresa, institución o comercio.
En mi caso, nunca le faltaron tornillos y tuercas y vaya que
pudieron faltarles porque es difícil saber en esa mezcolanza cuántas hay. Más si
uno quiere andar por la vida con la conciencia limpia y minimizar los problemas
–que llegan solos-, ¿para qué me iba yo a marcar autogol por eso?
Estoy seguro que eso es lo que piensan los empleados que ni les
paran a las cámaras de vigilancia de donde trabajen, porque viven con una
conciencia tranquila y una laboriosidad que les aleja del ocio y la perdición. Algo
que muy distante están sus patronos de entender en su paranoia acusatoria y
pueril.
¿Qué se puede concluir?
Conciencia, sólo queda llamar a la conciencia. No de esos a
los que se les aflojaron los tornillos y tuercas de la decencia y el liderazgo
verdadero, sino de quienes van a sus empleos a trabajar y a disfrutarlo lo
mejor posible, alejados de quienes andan metiendo cizaña de manera soterrada
con amiguismos, sonrisas e histrionismo para luego mandar lejos a quienes han
sido incondicionales. ¡Y tampoco se dejen amilanar por ellos!
Esos que quieren ver faltas y no excusarlas ni por el gran
peso del trabajo ya hecho.
Y para aquellos casos en que sí existan culpables, pues que
se manejen de manera profesional, no como peleas de vecindad con actitudes atroces
que les hagan tan mal como si estuviesen acusando a un inocente.
Mucho menos se sientan paladines luego de ello. Porque no les
queda ese puesto de honor y la vida da demasiadas vueltas y entre tanto vigilar
y peines montar para ver quiénes caen, especialmente quienes no les agradan o
no les convienen por no unirse a sus líneas de acción, seguramente ustedes ya
están entre ceja y ceja de alguien y si les hacen caer se regodearán y si
ustedes caen solos, pues se regocijarán mucho más.
Porque así es la crapulencia, un armazón que se va desmantelando
cuando se caen u oxidan los endebles tornillos y tuercas con los que habían
sido armados.