Todos, en algún momento de nuestras vidas, nos hemos encontrado con personas problemáticas que resultan entrar en el penoso conglomerado llamado gente tóxica (jefes, amigos, familiares, etc.).
En todo grupo humano, ¿quién
no se ha enfrentado con un manipulador que quería que hicieras todo lo que él
disponía, con un sociópata que se había predispuesto a hacerte la vida
imposible, con un jefe autoritario que pensaba que podía disponer de tu vida
las 24 horas del día, con un amigo envidioso que celaba todo lo que obtenías,
con un vecino chismoso que controlaba a qué hora salías y entrabas a tu casa y
con quién?
Más
allá del dolor que nos generaron estas personas, las preguntas de quienes
alguna vez tuvimos que convivir con ellos son: ¿qué hago?, ¿cómo pongo límites
sin lastimar ni lastimarme?, ¿cómo puedo lograr que esta «gente tóxica» no
entre a mi círculo afectivo íntimo?
Hay
un libro de Bernardo Stamateas intitulado “GENTE
TÓXICA” que trata muy bien sobre el tema tanto en identificación como
acción evasiva, que si te interesa el tema, te invito a leer.
Según
este autor y si has vivido alguna relación de este tipo, seguramente estarás de
acuerdo con él, “Las personas tóxicas potencian nuestras debilidades, nos llenan de
cargas y frustraciones. No des crédito a ninguna palabra ni sugerencia que
provenga de los tóxicos. No te amarres a quienes no se alegran de tus éxitos y aléjate
de gente tóxica, aquí las dejo para aprender a reconocerlas y neutralizaras”.
Gente Tóxica
El sociópata
Si
lo reconoce a tiempo, huya. Sin dudarlo. Es el más peligroso de los seres
tóxicos. De entrada cae excelentemente, regalándonos el oído, pero miente sin
pestañear para conseguir lo que quiere. Carece de escrúpulos, es incapaz de
asumir responsabilidades, y los sentimientos y derechos de los demás no le
interesan lo más mínimo.
Ni
el sentido común: si le conviene, no duda en contradecirse. Su palabra favorita
es ‘yo’; es engreído y se jacta de todo. ¿El mejor modo de reconocerlo? Mire
bien su rostro; no mueve un músculo, no expresa emociones. Y es que no las
siente en absoluto. Por eso, su mejor defensa no se lo piense dos veces es una
huida inmediata.
El mediocre
La
desidia y el pasotismo son muy contagiosos. De ahí la importancia de mantener
la guardia en alto ante esta categoría de individuos tóxicos. Pese a que no
suelen hacer daño más que a ellos mismos, los mediocres pueden envenenar
también a las personas más abiertas y vitales si logran convencerlas para ver
la vida desde su punto de vista.
Su grado
de gente tóxica puede lograr incluso que uno acabe yendo a trabajar cada vez
más desmotivado, en una burbuja de depresión.
¿La
solución? Recordar siempre que la elección de nuestros compañeros de ruta
depende solo de nosotros.
El arrogante presuntuoso
Soberbios,
vanidosos y pedantes, la gente tóxica de esta especie se han auto convencido de
estar siempre en lo cierto y de tomar, sin margen de error, las mejores
decisiones. Si no ganan, empatan. ¿Perder? Jamás.
Siempre
tienen preparada una respuesta, sobre cualquier tema, hasta el punto de
memorizar grandes frases para soltarlas en el momento adecuado y parecer
mejores que los demás. Desde luego, reciben las opiniones ajenas con aires de
autosuficiencia. “¿Estás realmente seguro?” es su frase típica.
Déspotas
intelectuales, aman pontificar y cualquier medio es bueno para mantener viva la
atención de los otros, porque que nadie lo dude solo sus opiniones importan. Si
les toca escuchar, suspiran, hacen gestos, muecas, expresando que también sobre
eso tienen una opinión; y, desde luego, mejor.
En
el trabajo intentan convencer a todos de que son indispensables, pero el
creerse perfectos los hace equivocarse con frecuencia. Alentados por su errada
autopercepción, se hacen daño ellos solos: un buen grado de autoestima es
indispensable, pero tener más de la cuenta los vuelve ciegos ante sus errores.
Hasta que un día ‘ven’, aunque no lo confiesen. Pero suele ser demasiado tarde.
Gente tóxica: El que se victimiza por todo
Convencido
de que el mundo un lugar terrible está en su contra, rezuma negatividad por
cada poro, regodeándose con su mala suerte pero sin hacer nada para cambiar las
cosas ni su propia situación. Su resentimiento contra todo es tan intenso que
contagia con su pesimismo a quien lo escucha. Aunque lo peor de sus dotes es
una enorme habilidad para que los demás nos sintamos culpables de su situación
desesperada.
El humillador
Son
unos de los que componen al conglomerado de gente toxica que se portan más
odiosos y temibles. El humillador goza rebajando a sus víctimas hasta desequilibrarlas
emocionalmente. Encuentra auténtico placer en ello.
Finge
ser nuestro amigo y querer ayudarnos, pero en verdad sólo recaba datos sobre
nuestros defectos para dejarnos mal a los ojos de los demás. Jamás se quita la
máscara, a menos que alcance una posición de ventaja sobre nosotros. Entonces
sí, no duda en llegar incluso al insulto explícito y la humillación directa.
A gente
tóxica de este calibre hay que vigilarles con atención: sus continuos “mensajitos”
pueden crearnos un sentido de inferioridad que nos pondría aún más en sus
manos; si logra condicionar nuestra vida con sus actitudes, podríamos llegar
incluso a convencernos de que lo hace por nuestro bien.
Gente tóxica: El envidioso
No
le cabe en la cabeza que los demás triunfen por haberse sacrificado o haber trabajado
con tesón y talento, y están siempre rumiando sobre lo que los otros tienen y
él no. Siembra cizaña en forma de cotilleos llenos de malicia, rumores y
críticas infundadas.
En
su versión más radical, busca directamente destruir a quienes envidian maltratándolos
verbalmente y rebajando todos sus logros ante quienes los valoran. Para él,
quien se mantiene en forma yendo al gimnasio no es más que un narcisista con la
cabeza hueca; quien asciende, un lambón de los jefes o una mujer fácil; y así,
sucesivamente.
En
el fondo, sin embargo, quien más sufre es precisamente él, que desea ante todo
lo que nunca tiene. Y conseguirlo no resuelve su conflicto.
El agresor verbal
Su
primer objetivo es hacernos sentirnos débiles e ineptos. Ofensivo e intimidatorio,
incluso su cara, cuando se enciende, resulta belicosa, igual que su tono de
voz, siempre atronador. Su violencia psíquica puede dejarnos una huella no
menor que la de un maltrato físico.
Intentar
razonar con este tipo de gente tóxica es perder el tiempo: aunque un día exaltasen
nuestra inteligencia, al día siguiente cuando más tranquilos nos encontremos
podrían lanzarnos la pulla más brutal.
¿Consuelo?
Estos seres tóxicos no saben entablar relaciones duraderas y terminan solas,
abandonadas por todos quienes habían entrado en relación con ellos.
Gente tóxica: El jefe autoritario
En
términos laborales, todo jefe tiene el derecho a decirnos qué espera de
nosotros y a criticar incluso nuestro desempeño. Pero, claro… ¿qué ocurre
cuando, como sucede en no pocos casos, nuestro superior se vuelve un déspota
que goza imponiendo su voluntad y necesita constantemente sentirse legitimado a
base de humillar a quienes trabajan para él? En ese momento se convierte, sin
escalas, en un ser tóxico.
Este
tipo de personajes autoritarios mantienen el control atemorizando e insultando
incluso al personal, hasta el punto de convertir en una insoportable carga lo
que habría podido ser un proyecto interesante en el que implicarse. A menudo,
estas personas autoritarias no se revelan como tales hasta que, por fin,
obtienen el ansiado cargo directivo; un momento antes su toxicidad era
insospechable.
En
los casos más extremos odian a quienes consideran inferiores y boicotean a los
que destacan: nunca soportarían ser superados por un subordinado. Su afán de
control es tal que llegan a inmiscuirse en el tiempo libre de sus empleados.
¿La mejor defensa? La ley, que ya reconoce el delito de “mobbing”.
El que blasfema hasta por reflejo
Es
un especialista en crear mal rollo en el trabajo sin ningún remordimiento. Sus
indiscreciones pueden comprometer a sus colegas más competentes y todo sin el
menor provecho para él, que se realiza sólo con ser escuchado y ver que sus
versiones cuelan.
Nada
ambiciona más que saberlo todo de todos y si no lo sabe, exagera lo que cree
saber o se lo inventa directamente, en lo que es un auténtico talento.
¿Su
secreto? Hacer creíbles sus fábulas a partir de una enorme cantidad de detalles
conocidos o, en todo caso, coherentes. Nuestra única defensa ante él es
mantenernos a distancia y no contarle jamás nada.
En
cualquier caso, cabe recordar que casi todos participamos alguna vez en la
propagación de cotilleos, chismes, runrunes, comentarios del “parece que está
sucediendo”, o el “eso da a entender”, siquiera para comentarlos. Es útil un
poco de autocrítica para no volvernos gente tóxica a nuestra vez.
Gente tóxica: El neurótico
A
muchos tóxicos podría calificárselos de ‘malos’, pero no a los neuróticos, que
perjudican tanto a los demás como a sí mismos. Y, aunque pueden causar mal, no
suelen tener maldad. Viven poniéndose metas inalcanzables y si somos sus
socios, esperarán lo mismo de nosotros.
Su
perfeccionismo se convierte casi siempre en manía y quieren controlarlo todo,
incluyéndonos, desde luego, hasta el punto de recurrir las veces que hagan
falta al chantaje emocional. Pero no son malos; al contrario, quisieran gustar
a todo el mundo de un modo casi infantil.
Fantasiosos
y autosuficientes, no escuchan consejos, pero están más que dispuestos a
prodigar su ayuda ‘a todos’. Entre ellos, los peores son los supersónicos
castradores, los que nos ayudan sólo para poder decirnos alguna vez: “Con
todo lo que he hecho por ti, ¿y me lo pagas así?”.
¿Qué podemos hacer frente a esta gente tóxica?
Reconocerlos. Lo
primero reconocerlos. Detecta qué personas son negativas para ti, quienes así
no pillarán desprevenida y estarás pues ya sabes cómo actúan y qué efectos
producen en ti.
Mantener tu equilibrio interior.
Para evitar el contagio, muchas veces entender por qué esa persona tiene ese
efecto sobre ti, te ayuda a protegerte de su influencia negativa. Cuando sabes
que es ella, y no tú, la que tiene un problema (porque es negativa, belicosa,
catastrófica, etc.), puedes mantener una distancia emocional que te permite
observar su comportamiento `desde afuera’, sin que te afecte.
Alejarte. Si
esta persona no es esencial en tu vida, puedes diluir la relación. Muchas veces
la costumbre nos “ata” a amistades tóxicas. Y busca generar un círculo de
amistades nutritivas que te brinden amor, apoyo y guía.
Sanar la relación. Si
la relación es importante para ti, haz saber a esa gente tóxica de qué manera
te está afectando. No se trata de enfrentarla, herirla ni atacarla. Sino
sencillamente expresar cómo te sientes y porqué valoras la relación deseas que
ésta cambie.
Entrenar nuestra capacidad de poner
límites, amable pero firmemente. Nadie merece ser
maltratado. Es nuestro derecho decir que “No” frente a la descalificación o
manipulación del otro. Desarrollemos la asertividad que es la capacidad de
expresar adecuadamente lo que pensamos y sentimos.
Entrenar la autoestima.
Cuanta mayor confianza tengas en ti mismo, menos te afectarán las relaciones
tóxicas, menos “permiso” darás a este tipo de personas a invadirte e
intoxicarte con su “basura emocional”.
Muchas
veces no son las personas toxicas las que hay que cambiar, sino, nuestra manera
de relacionarnos con ellas. Sobre todo entender que una persona tóxica nos puede
dañar si nosotros le dejamos abierta la puerta de nuestra vida, para que lo
haga.
Y en
tu vida… ¿Te has encontrado a este tipo de gente tóxica? ¿Qué haces al
respecto? ¿Quieres continuar siendo una persona intoxicada por ella/s?
Recuerda
que fácilmente puedes salir de esa relación. Tuya es la decisión.